domingo, 10 de abril de 2016

Granada es una fiesta

Cuando era pequeña, me gustaba acercar el dedo a un hormiguero y dejar que los bichos negros, grandes y cabezones se subieran por mi mano. Era agradable sentir el cosquilleo de sus patitas diminutas andando por mi piel. A veces hacía que una de aquellas hormigas enormes y negras, también las había rojizas, me mordieran la uña. No me hacían daño, pero sentía la fuerza que ejercía. Otra de las putadas que me gustaba gastarles a aquellos inocentes bichos que iban a su bola y habían tenido la mala suerte de toparse con mi aburrimiento, era cubrir el agujero del hormiguero con una maceta. Las hormigas que habían quedado fuera correteaban confusas de un lado para otro, perdidas, desorientadas. 

Comienza el jueves de madrugada como una marcha callejera esporádica de grupos que van de un lado a otro, que gritan porque quieren hacer notar su presencia a los durmientes o porque la música muy alta del última lugar donde estuvieron les ha producido una sordera residual. Les sigue el viernes, en los que los grupos callejeros de sordos vocingleros no cesan pero se les añade el ronroneo lejano de música estridente a altas horas de la madrugada y que sólo perciben los insomnes o los muy sensibles. Pero llega el sábado... ayer los estudiantes de la planta baja de mi bloque hicieron una fiesta que comenzó a media tarde y habría durado tal vez hasta esta mañana si la impaciencia de algunos vecinos no hubiera intervenido. Hubo gritos y amenazas de exigir a su casero que los expulsaran. Fueron efectivas. Antes de las tres se hizo el silencio. De estos hechos me he enterado por mi vecina del segundo, una de las interviniente en los acontecimientos. Yo andaba aislada del ruido más por la concentración en el trabajo que por los auriculares que me había encasquetado en las orejas. 

Vallaron el botellódromo, no sé si de forma indefinida, pero los estudiantes juerguistas se han convertido en esas hormigas que pululan de un lado para otro buscando su nueva ubicación, desorientados y perdidos. 

2 comentarios:

  1. Entiendo que esos jóvenes tengan ganas y facultades de juerga pero, desde luego, que esas celebraciones no tienen porque perturbar el descanso de los demás.
    En cuanto a las las travesuras con las hormigas cabezonas, me han recordado mi lejana infancia. Eso sí, no solo mordían las uñas, también cuando podían lo hacían en la piel con furia y producían cierto dolor.

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    1. Antes estaban sólo en el botellódromo de Granada y fastidiaban a una parte pequeña de la comunidad. Ahora están por toda la ciudad y perturban el descanso de todos. Hace unos días tuvieron que desalojar la terraza de un edificio porque se habían congregado más de 200 personas. Una terraza no muy grande. Por fortuna no ocurrió una desgracia.

      En mi terraza hay hormigas, pero son pequeñitas, como motas de polvo. Es una pena cuando llueve porque se les inunda el hormiguero y se convierten en un manchurrón negro alrededor del sumidero. Otras veces son como una grieta en la pared blanca, suben hasta el canalón de la cubierta, seguramente porque han encontrado un polluelo de paloma muerto o un huevo roto.

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