viernes, 22 de abril de 2016

El insoportable peso de la nada

¿En cuántas cajas caben vuestras pertenencias? En esta casa almaceno más de 500 libros, zapatos apenas estrenados porque tengo la costumbre de utilizar sólo un par hasta que terminan deteriorados, tanta ropa que cualquier día el armario la vomitará inundando todo el dormitorio, pocas chuminás, los regalos que me hacen mis hermanos y amigos como recuerdo de algún viaje...

No sé decir que no, grave defecto. A principio de semana un compañero me pidió ayuda para un trabajo no remunerado. Tenía que detectar, para su reparación, los desperfectos en un asilo regentado por monjas. Le habían pedido que fuera una mujer la que se ocupara de las zonas de los dormitorios de las monjas, y él pensó en mí. 

Me citaron a una hora tan desalentadora como las seis de la madrugada. Para que tuviera tiempo mientras las monjas estaban en misa y desayunando. Luego tocaba limpieza y no querían modificar su monotonía diaria.

Nada tiene de interés el edificio. Una construcción de los años 70, con pavimento de terrazo y carpintería metálica exterior, que un cuidado excesivo e infinitos repintados anuales habían convertido los perfiles de las ventanas en superficies de apariencia esponjosa y suave, de mal ajuste o imposible apertura.

Fue buen momento para revisar los dormitorios porque fuera diluviaba y algunos tenían problemas de humedad por culpa de la pésima impermeabilización de la azotea. Los paramentos estaban pintados con esmalte sintético, una y otra capa: seguramente tantas como años tiene el edificio. En uno de los dormitorios, la filtración de agua había abombado la pintura como si fuera un globo. Se adivinaba que la burbuja estaba llena de lluvia.

La dueña del dormitorio tenía que mudarse. Pertenecía a una monja que recordaba a una de esas tortugas centenarias de movimientos muy lentos y sin ninguno de sus sentidos activos. Los ojos estaban clausurados por pellejos que caían de sus párpados, pero algo debía de ver porque llevaba una gafas enormes. Como todas sus compañeras estaban ocupadas, me presté a ayudarla con la mudanza de dormitorio, pensando que eso me obligaría a posponer una cita que tenía al final de la mañana con un cliente. Pero me equivoqué. Un cuarto de hora sobró para llevar todo de una habitación a otra. Un puñado de ropa arrancada de la barra del armario, media docena de libros religiosos, un par de cajas llenas de recuerdos y la mesilla de noche completa, donde guardaba la ropa interior y sus medicinas. Nada más. Aquella mujer que parecía haber recorrido un camino interminable por este mundo, no había atesorado prácticamente nada. 

2 comentarios:

  1. Ligera de equipaje, como dijera A. Machado. Admirable ese desinterés por atesorar. En la cuestión religiosa no entro.

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    1. Los objetos también atan a las personas. Siempre se tienen cosas de las que no queremos desprendernos porque nos las ha regalado alguien, o fotografías, o los libros que leemos una y otra vez. Disfrazan la clausura y los conventos con bonitas palabras de vida contemplativa, pero al fin y al cabo, teniendo en cuenta que no vamos a tener nada más que lo vivido ahora y aquí, es un poco triste que por una mentira se desperdicie una vida sin apenas experiencias ni conocimientos de lugares y personas.

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