viernes, 12 de agosto de 2011

El arte de darle la vuelta a la tortilla

Mis vecinos de enfrente han superado con creces la duración de cualquier discusión que yo haya presenciado u oído con anterioridad: llevan peleándose más de 24 horas (no sé si habrán parado para dormir -al menos, a las 4:30 de la madrugada continuaban haciéndose reproches). Ayer a estas mismas horas ya estaban gritándose. Son un matrimonio joven (veintipocos).  Él es administrativo en una inmobiliaria bastante importante de Granada; ella monta collares y pulseras en su propia casa, que luego vende a los bazares asiáticos o a particulares directamente -de comprarle bisutería es de la que la conozco-. Gritaban tanto a primera hora de ayer que Guille, siempre prudente y respetuoso con los asuntos ajenos, se alarmó y estuvo dudando en si sería adecuado intervenir de alguna forma para que se calmaran. Los primeros reproches se los hacía ella a él. El martes él había salido de copas con los compañeros del trabajo y no la había llamado para que fuera con ellos. Él alegaba que ninguna esposa ni novia los había acompañado y que había sido no premeditado, como una despedida porque él cogía las vacaciones. Durante todo el día continuaran haciéndose reproches de todo tipo. Creo que se han vomitado hasta la más insignificante de las molestias que le produce el otro. Al principio daba pudor escucharlos (el verano, tener las ventanas abiertas por el calor, es contraproducente para la intimidad). Luego, después de tres horas escuchándolos como una banda sonora fastidiosa -él tiene voz aflautada que se convierte en el chillido de un cerdo en el matadero cuando grita-, cualquier respeto por la intimidad ajena desaparece. Guille estuvo casi toda la mañana fuera, tramitando la documentación de nuestro proyecto en el Ayuntamiento. Se asombró de que aún estuvieran peleándose cuando volvió. Salimos a comer y al volver seguían gritando. Guille intentó dormir, yo concentrarme en terminar un final de obra, imposible con sus gritos (para entonces ella ya se había desgañitado y su voz femenina y dulce se había transformado en el alarido de un camionero al que le hubieran cortado los testículos). Mientras cenábamos las quejas eran tan cómicas, que ni siquiera nos molestamos en poner música, como solemos: ellos eran más divertidos. Entre otras cosas se lamentaron de que ella no le dejara a él que defecara en la casa de sus padres porque los gases que suele expulsar son como una ametralladora. Ella se había gastado 90 euros en un bono para depilación láser de barbilla para su suegra y ella se lo había devuelto de malas maneras alegando que no lo necesitaba, "cuando la vieja bruja tiene más barba que el Rajoy". 

Esta mañana Guille, más en serio que en broma, ha apuntado el número de teléfono de un abogado que tramita divorcios en un post-it y se lo pasado por debajo de su puerta. 

4 comentarios:

  1. ¡Cena con espectáculo en vivo! Genial, vaya show estupendo, me estoy partiendo de risa con la prohibición de acercamiento al wc e imaginando a esa suegra barbuda indignada. Oye si siguen las discusiones con ese nivel nos lo cuentas aquí, ¿eh?
    Saludos, Rebeca.

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  2. Dejaron de discutir esa misma tarde. Pensábamos que por agotamiento o falta de voz; pero luego vimos que era el marido quien recogía la ropa tendida (cosa inusual). Estuvimos atento a ver si bajaba una gran cantidad de bolsas de basura o una alfombra vieja enrollada. No ocurrió nada por el estilo. Y para nuestra decepción y salud de la vecina, esta mañana apareció completamente sana y completa.

    Saludos, Óscar Maif

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  3. Hola, el relato que cuentas es muy gracioso, pero además tienes una gran habilidad para escribir y también para atrapar al lector, enserio es una historia cotidiana, pero ha silo lo más emocionante que he leído hoy, escribes muy bien! ;)

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  4. Vaya, muchas gracias. Un piropo inesperado. En realidad este blog sólo es una especie de práctica, un ejercicio para que no empeore mi dislexia. Y como carezco de imaginación, sólo puedo basarme en la realidad.

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