martes, 26 de julio de 2011

Recuerdos de un universo paralelo

Cuando era pequeña, ocho, nueve, diez años, mi mejor amiga se llamaba Ana Belén, Ana, Anita, Nana... Era una amistad casi forzada. Sobre todo en verano, vivíamos en un universo muy cerrado, sin más contacto que los pocos niños que vivíamos en el Destacamento. Había que rellenar tanta documentación y papeleo si venían visitas del exterior, que muy pocos invitaban a sus familiares a pasar una temporada entre el vallado de espino. En realidad Belén y yo éramos bastante incompatibles, completamente antagonistas, tan diferentes como la noche y el día. Ella era muy melindrosa y yo una salvaje; y sin embargo, la enviaba con todo mi ser porque tenía lo único que quise y no tuve durante la niñez: una familia convencional. Un padre que la llevaba cogida de la mano a todas partes y se besaban en cuanto se veían, aunque eso fuera cada cinco minutos, una madre que siempre estaba limpiando o en la cocina -y que te obligaba a caminar por su casa con unos patucos en los pies que ella misma había hecho, para que no se mancharan las losetas de terrazo con el polvo de la calle, y un hermano pequeño, como un juguete gigante, al que le podías hacer llorar si le quitabas el chupete o darle el biberón.

Mis hermanos aseguran que yo era una niña bastante tranquila. Pero en una ocasión pillé una rabieta incomprensible, al menos para ellos. A las reuniones de mi colegio, o no iba nadie, o sólo hacía acto de presencia el ordenanza que solía ir de acompañante en el autobús militar en el que nos trasladaban. En la ocasión de la rabieta, yo exigía que me acompañara el padre de Belén a la reunión del colegio. Creo que discutieron la posibilidad de pedírselo, pero al final me acompañó mi hermano mayor, vestido con uno de los trajes de mi padre. Me gustó mucho que lo hiciera, incluso más que si hubieran conseguido que el padre de mi amiga hubiera satisfecho la extravagante petición. No sé qué le contó mi hermano a la monja, pero desde aquel día me trató con tanta preferencia que incluso yo, que nunca me doy cuenta de nada, me percaté de ello.

Por aquella época anhelaba tanto tener una familia como la de mi amiga Belén, que me dormía imaginando que me adoptaban. Inventé escenas familiares con tantos detalles y tantas repetidas veces, que en mi memoria se han quedado como recuerdos reales.

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