jueves, 27 de junio de 2013

Actitudes

A Urdangarín se le está poniendo careto de indigente desde que lo imputaron por el caso Nóos. El rostro demacrado por haber perdido peso e incluso la sombra de una barba mal afeitada, hace imaginar una sonrisa cariada y el hedor del ayuno saliendo de su boca. Pero la cara no es el espejo del alma. Si lo fuera, este sujeto con su jeta de piedra no se habría gastado miles de euros jugando a la ruleta en un casino de Londres.
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Esta mañana temprano estuve en los juzgados de Málaga para recoger una pericial. De vuelta, pasé por la casa de mi madre para saludarla. Me extrañó verla preparar cuidadosamente la comida que iba a tirar. Mi madre siempre compra bastante comida porque no sabe cuándo vamos a aparecer alguno de nosotros (mis hermanos o cuñadas o Guille y yo) o alguna de sus amigas; inevitablemente, a veces, le caduca. Hasta hace poco se la daba a una vecina para que se la echara a sus animales (de granja -tiene una casa a las afueras del pueblo con cerdos, patos y gallinas). En el pueblo no hay comedores sociales. Hoy la sacaba del frigorífico o el congelador, la envasaba al vacío y le ponía con rotulador indeleble la fecha exacta de cuándo caducaba. Me contó que en el pueblo hay una familia que no acepta que se le dé nada, pero que por la madrugada buscan en los contenedores de basura. 

2 comentarios:

  1. ¡Cuanta corrupción!
    En cuanto a ese falso orgullo que nos pierde, ya comentaré sobre los días de SPERMÜL en Alemania, cuando los vecinos sacaban a la calle su mobiliario sobrante, pero aprobechable y quien precisaba algo lo recogía sin ningún rubor, pero incluso en coches de alta gama.

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    1. Es un desastre abrir el periódico por las mañanas: siempre hay algún tema nuevo de corrupción.

      Supongo que los vecinos de mi madre terminarán acostumbrándose a su situación (muy desesperado deben estar para aprovechar comida de los contenedores de basura). Hasta hace muy poco tenían un nivel económico medio.

      Lo de pillar los muebles que encontrábamos en la calle era algo que hacíamos durante la carrera. Éramos responsables del mobiliario del piso que teníamos alquilado, y siempre se rompía alguna cosa. En lugar de comprar una nueva, buscábamos lo que la gente tiraba (lámparas, sobre todo). Nuestra estantería era tablones apoyados en bloques de hormigón.

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