miércoles, 5 de junio de 2013

El intelecto de los cerdos que se alimentan de margaritas

Era mediodía, las 12:03 como mucho, comenzaba  cuestionarme si era conveniente gritar que salieran todos  corriendo o mantener la boca cerrada porque veía palpitar una grieta en la pared, cuando el rumor se convirtió en noticia: Antonio Muñoz Molina había ganado el Príncipe de Asturias de las Letras. Ocurrió en Orce. Estaba midiendo una casa cueva. No tardé en percatarme que la raja en la pared se agrandaba y encogía porque el enorme y orondo culillo de uno de los operarios que trabajaba dentro de un minúsculo aseo empujaba cada vez que se inclinaba para coger pasta, un paramento bastante maltrecho : no era estructural, no había peligro. El dueño de la casa cueva me acompañaba para ayudarme a medir porque el distanciómetro no es muy preciso en paredes irregulares como las de las cuevas. Cuando escuchó la noticia que daban por la radio, se quedó parado y señaló el techo, como si las palabras del locutor fueran visibles al igual que una nube de humo: Ese es el único escritor que he visto en carne y hueso en toda mi vida, dijo. El dueño de la casa cueva es un señor de unos 40 y pico años de aspecto amable, ambiguo por culpa de su piel atezada: lo mismo puede parecer un agricultor que se pasa todo el día trabajando bajo el sol, que un ejecutivo que se puede permitir pasar todo el fin de semana tostándose en las playas de Marbella. Como pregunté dónde y cuándo había sido, siguió contando. Dijo que fue cuando estudiaba mecánica en el Instituto Virgen de las Nieves. La profesora de lengua, de la que todos estaban enamorados, un día, en lugar de tener clase, los reunió en el salón de actos, y allí estaba él. Les habló de la novela que se acababa de publicar y de la que estaba escribiendo en aquel momento, de los personajes que llamaban a su puerta (un señor negro -supongo que sería El Invierno en Lisboa-, del azar, de la constancia y de la suerte, para ser escritor... el dueño de la casa-cueva asegura que fue como echarle de comer margaritas a los cerdos, porque eran un grupo de chavales brutos como arados, que sólo leían porque era obligatorio. Aunque, desde ese día ha intentado leer en más de una ocasión sus libros (sin conseguir acabarlos porque les parece muy complicados -le he aconsejado Plenilunio y Los Misterios de Madrid). De lo que sí disfruta es de los artículos de AMM publicados en El País.

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