martes, 21 de abril de 2015

El caso de las lesbianas sordas (conclusión)

Por primera vez en su vida el inspector Salustiano agradeció que sus genes no le hubieran hecho crecer más: sus ojos estaban al nivel de los pechos de una de las víctimas del asesino frustrado de lesbianas o de sordas (aunque el inspector jefe había convertido el rostro del farmacéutico en una calcomanía de la careta de un oso panda, el hombre no había sabido decir cuál fue la motivación del crimen perpetrado) . Las dos grandes masas de carne macerada lo tenían hipnotizado, se movían con la sísmica consistencia de la gelatina, apenas contenidas en el encaje negro de un camisón tan poco hospitalario como el saludable rubor de las mejillas de la mujer. Fue la última en recuperar la conciencia. La golpeada en la cabeza con la jamba la puerta del dormitorio. A su compañera, una morena de pelo encrespado y abundante, de mucha silicona y pocas carnes, cuya piel lechosa la ennegrecía un muestrario de tatuajes; la había interrogado el inspector jefe. Como lo relevado por la mujer entorpecía a lo escrito en el informe del delito y en su convicción de lo ocurrido, decidió que era una testigo poco fiable. Cuando llamaron del hospital informando que la segunda testigo también estaba consciente, la maldijo por no haber tenido a bien palmarla. Salustiano, sin embargo, agradecía que aquella criatura, de cuerpo atlético y sin embargo, sensuales formas redondeadas, hubiera burlado a la muerte, aunque sólo fuera para alegrar la visión a simples mortales como él. Que su atención estuviera puesta exclusivamente en los senos que se movían a la par que los brazos, en su constante gesticular, importaba poco: el inspector sabía que la mujer corroboraría lo que su amante había explicado. En el fin de semana querían ir a la playa a tomar el sol. Necesitaban depilarse el parrús, sobre todo Amy (Amalia Yolanda) porque tenía los pelillos tiesos como las cerdas de una almohaza. ¿Por qué estaba Amy atada a la cama? Intente que alguien quejica y con la resistencia a soportar el dolor muy baja, soporte sin retorcerse que le despellejen la parte más sensible de su anatomía -explicó Eva por medio de la intérprete-. En el infiernillo calentaban la cera. Pero cuando iba a comenzar, se percató que había olvidado la espátula. Sólo tardó unos minutos en encontrarla, tiempo que sobró para que el viento tirara el quemador y la alfombra se prendiera. En cuanto olió a quemado, corrió para salvar a su amiga, la urgencia, las zapatillas de tacón y su torpeza, le hicieron tropezar y su cabeza terminó estampada contra el marco de la puerta. Diez punto de sutura y un dolor de cabeza le había proporcionado el incidente. A su amante, un día de inconsciencia.

De camino a la comisaría, el inspector Salustiano, además de recrearse con el recuerdo de los pechos de la rubia Eva, intentó encontrar la forma que el inspector jefe aceptara su error. Seguro que se comía un marrón si insistía. Luego recordó que el farmacéutico tenía la costumbre de vender condones agujereados y laxante en lugar de viagra. Aminoró la marcha. De repente, no le pareció tan urgente sacar de la cárcel a un inocente. 

3 comentarios:

  1. Muchas gracias por el enlace. Entretenida crítica (o vómito). Aunque parece más una rabieta dirigida contra el autor que contra el libro. Supongo que la crítica habría sido la misma independientemente de qué hubiera escrito AMM. A mí el libro, particularmente, me gustó mucho (como a la mayoría de sus lectores) y una crítica que parece producto de una mala mañana de resaca no me va a hacer cambiar de opinión. ¿Se puede hacer crítica al crítico? Tanta negatividad jamás se considera como algo serio, sólo como un ataque de celos.

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  2. Tras leer la crítica (?), en CPAMM hemos buscado información sobre el sujeto que la firma: Iñigo F. Lomana. Dos dudas se nos presentaban: "¿Será hermano de Carmen, porque con esa manera de escribir tan ordinaria...?" y "¿qué demonios le habrá hecho la vida a este pájaro para destilar tanta envidia y mala baba?" . Y hemos encontrado una foto que no hace sino aumentar las dudas sobre la primera pregunta pero que sin embargo aclara definitivamente la segunda interrogante. Con ustedes, Iñigo, el más que probable hermano de Carmen Lomana:

    https://pbs.twimg.com/profile_images/479594323223138305/AsHVkh4g.jpeg

    Con esa mirada que denota dudas existenciales del estilo "¿tengo hambre?" o "¿qué llevo vestido?", con ese pantaloncito arremangado (desconocemos si volvía de intentar pescar truchas en algún riachuelo del extrarradio) y ese chaleco de lana que su abuelo estará buscando desesperadamente por todos los cajones, Iñigo F. Lomana, se lanza al ciberespacio.
    Qué lastima, con lo que costó darle estudios.

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    1. Como diría mi madre: en la cara lleva su penitencia (pobre hombre). Otro detalle de la foto: el libro. Así debe de pensar que parece un intelectual.

      (Qué derroche de oxígeno consumido).

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