domingo, 3 de enero de 2016

Un millón de agujeros

A principios del mes pasado me tiré tres horas (de reloj) hablando con un compañero. Le había hecho una pericial y la estuvimos corrigiendo. Las correcciones no fueron porque considerara equívocas mis conclusiones en el documento (el sempiterno problema de humedades en una vivienda), era por mi forma de expresarme. Veinticinco páginas, tres horas hablando y ni una frase se salvó, todas fueron corregidas. Terminé con el ego agujereado y sumida en el silencio. Cada una de las frases que intento formar ahora es un suplicio que me lleva muchos más minutos de los necesarios e incluso, cuando pongo el punto final, dudo que eso que escribo sea comprensible (neuras mías, según Guille). 

Pero no ha sido un año tan pésimo. He dibujado todas y cada una de la piezas metálicas y de fibra de vidrio o de carbono de una moto. He diseñado, gracias a Guille y a su nuevo trabajo en una universidad de Madrid, media docena de drones y estoy rehabilitando un edificio que data de 1800. Seguro que tardaré muchos años en volver a tener tanta variedad de trabajos: regresaré a la proyección de viviendas unifamiliares entre medianerías del ensanche de algún pueblo de los alrededores. Pero entre tanto, y a pesar de los millones de agujeros que tiene mi ego, dejadme disfrutar de la convicción de que no soy tan inútil. 

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