jueves, 21 de enero de 2016

Al ritmo de la culebra

En el destacamento de aviación donde vivía, había culebras. Tenían la misma tonalidad gris-marrón del suelo. Se camuflaban tan bien, que a menudo no te dabas cuenta que estaban ahí hasta que las tenía bajo el zapato. Supongo que no serían venenosas ni dañinas porque nadie nos advirtió para que tuviéramos cuidado con ellas. Sabíamos, por los mayores, que no debíamos acercarnos a las procesionarias ni a los alacranes. De bichos tan inofensivos como las avispas, no nos pusieron sobre aviso porque era preferible no tenerles miedo. El verano no se inauguraba oficialmente hasta que una avispa picaba a alguno. Siempre revoloteaban junto la frescura de un grifo goteante de los patios o la piscina. Su presencia no nos impedía saciar la sed y los bichos aceptaban con rebeldía nuestra presencia. 

En la escala de mis recuerdos infantiles, las culebras del destacamento eran enormes. Un metro o metro veinte, como mucho, según la precisión de mis hermanos. Una de las más grandes cayó en el hueco circular de una estructura de hormigón que había en el suelo, supongo que preparado para un antiaéreo. Puede que el animal ya fuera muy viejo y estuviera medio ciego. Cuando nosotros lo encontramos, estaba girando en el fondo de la estructura, en su perímetro, intentando buscar una salida. Éramos muy salvajes en aquella época pero, por fortuna, a alguien se le ocurrió salvar a la culebra. Aún estaría en mi conciencia e imaginándola girando eternamente, creyendo que el hormigón lijaba poco a poco su piel y terminaba quedando al descubierto un cuerpo sanguinolento y viscoso. 

Al recordar los giros de la serpiente en el fondo de la estructura, no me extraña que a los herpes zóster lo llamen culebrinas. Mi hermano mediano se acaba de curar de una. Le han quedado unas manchas rojas en el costado como si fueran quemaduras de ácido. Asegura que si le quedan cicatrices, se hará un tatuaje de una culebra enorme que sale y entra de su cuerpo. Mi sobrina está encantada con la idea, aunque el médico asegura que la piel quedará limpia por completo dentro de unas semanas. El tratamiento fue el normal para un herpes zóster. Con medicinas tan caras que se les esperaba una curación inmediata. Después de dos semanas sin resultado, mi hermano hizo exactamente lo que pocos días antes le había provocado un ataque de risa: ir a un curandero. Desde ese momento el herpes se convirtió para todos en una culebrina. El curandero lo trató con unas cataplasmas de pólvora negra y limón. 

Al final mi hermano se ha curado, y el mérito se lo ha llevado el curandero. Nadie quiere pensar que cada enfermedad tiene su ritmo de curación. Qué injusto para los médicos.




2 comentarios:

  1. Resulta curioso que, nosotros, cuando niños. nos acercábamos, no si cierto temor, a los buitres devorando un animal y en cambio las culebras nos causaban miedo. Tal vez por lo que escuchábamos a los mayores, quienes preferían hablar de "bichas".
    Ya no es cuestión de miedo, pero son animales que no me resultan atrayentes.
    Desde luego, las erupciones en la piel, popularmente conocidas como culebrinas, son realmente dolorosas y difíciles de curar. Afortunadamente no las he padecido, pero si personas de mi entorno.
    También creo que esos procesos tienen su ritmo de curación. No hay "sanadores". En todo caso, me inclino por la medicina científica.

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    1. Aunque a veces la ciencia parece tan perdida como los curanderos y sólo esperan a que el bicho que produce el mal, sea vencido por el propio cuerpo del enfermo.

      Es curioso, a los buitres nosotros sí le teníamos mucho respeto: nos aseguraban que nos podían sacar los ojos de un picotazo. Con la de historias crueles que nos contaban cuando éramos pequeños, es un milagro que no haya salido alguno perturbado.

      Mi madre también llama bichas a las culebras. No les gustan nada. En el cortijo que vivía cuando pequeña había una superstición: las culebras por la noche se colaban en la cuna de los bebés y los iban asfixiando poco a poco, durante semanas, hasta que morían de repente y sin aparente razón (supongo que era una forma de explicar la muerte súbita de los bebés).

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