lunes, 14 de septiembre de 2015

Un monstruo vestido de rosa

Cuando mi sobrina era muy pequeña y comenzaba a dar sus primeros pasos, como si fuera un personaje de Eduardo Mendoza, por mimetismo con mi madre, a la que acababan de poner una prótesis en la rodilla, cojeaba. Nos desternillábamos al verla, por la perfección de su imitación y porque demostraba un punto de maldad al cesar la cojera en cuanto mi madre se giraba para averiguar por qué nos partíamos de risa. Claro, que también nos hacían reír sus eructos de camionero y la precisión con la que soltaba un enorme chorro de orina en cuanto se le ponía a tiro la mano de quien le cambiaba los pañales. El dislate de que cualquier nimiedad de la niña nos hiciera sonreír, nos ha vuelto permisivos con los padres que demuestran una inclinación morbosa a venerar cualquier acto de sus retoños. Pero, ¿hasta qué límites se pueden admitir los caprichos infantiles?

Esta mañana, en la cola del supermercado, exactamente detrás de mí, esperaban impacientes una madre y su criatura. Este es un barrio pequeño dentro de una ciudad pequeña y es muy normal encontrar a las mismas personas en el banco, la zapatería o el bazar asiático. A la criatura, una niña de unos ocho años muy mal aprovechados, ya la había visto en otra ocasión, con el mismo disfraz de princesa de color rosa, incluida una falda de tul y un felpa con forma de diadema. Lo único que se diferenciaba, era la acompañante de la niña. Supongo que sería su abuela, quien le permitía hacer botar una pelota de goma hasta el techo de la Rural, sin importarle que se movieran las placas del falso techo.

La niña se encaprichó del vaso de Nocilla de color rosa que yo llevaba. Compro la Nocilla para Guille y mi sobrina, y a ellos les resulta indiferente el continente, sólo hacen caso al contenido. Como era el último que quedaba de ese color, se lo ofrecí a la mujer. En cuanto la niña vio satisfecho su capricho, levantó el vaso por encima de su cabeza y lo tiró con fuerza contra el suelo asegurando: Pues ya no lo quiero. El vidrio del envase es grueso, y supongo que el estar lleno de crema de chocolate amortiguó algo; por fortuna, no se rompió. La madre no le dijo nada a la niña. Me miró como si hubiera sido reprochable mi comportamiento, aferró a la niña del brazo y se fueron a otra caja. Mi hermano habría dicho: De tal palo, tal tarugo.

Lástima que no haya sido el juez Emilio Calatayud quien se haya tenido que enfrentar a este monstruo vestido de rosa (y a su madre). Seguro que le habría sacado mucho jugo al incidente. 

1 comentario:

  1. Siempre he tenido la idea de criar a mis hijos con el lema "cuando tengas capacidad total de elección, podrás cuestionar mi razón" lo que significa que harán lo que diga mientras estén bajo mi cuido.

    No lo sé, y ahora que el tiempo ha pasado, y además de que casi iba a ser papá, no estoy tan seguro de ello. Espero que Guille y tú, no desistan en su intento, yo tampoco lo haré. espero ya tengan nombre para su retoño, yo aún estoy revocando el que le quieren poner a mi futura hija, si llega a ser hija.

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