domingo, 15 de septiembre de 2013

En el nombre de Dios

En la pared, sobre la cama de mi compañera de clase Pili había un enorme rosario hecho con pequeñas losetas de gresite de color azul y blanco. La habitación había pertenecido a su madre desde el día que abandonó la cuna al día que se casó. El rosario, la cama metálica, todos los muebles, incluso el papel pintado -un estampado desvaído que resultaba irritante después de mirarlo un rato- lo habían compartido madre e hija. A mí me parecía asombroso que las cosas aguantaran tanto tiempo. Imaginaba un valor económico infinito a cada uno de los objetos de aquel dormitorio porque lo suponía antigüedades. Los muebles de mi casa se cambiaban cada poco porque los traslados y montarlos y desmontarlos, los deterioraba mucho; aunque la principal razón de lo pronto que se estropeaban era porque su calidad estaba entre mala y pésima.



Mi compañera Pili me invitó a pasar un par de fines de semana en su casa. No por amistad. Ella y yo nunca fuimos muy amigas. Por miedo. En su casa había muerto su abuela y no quería dormir sola. Yo acepté porque estaba deseando salir del internado (a veces la mente me juega malas pasadas y estoy tentada a escribir la palabra reformatorio en su lugar). 

Creo que nunca he conocido a una familia más religiosa que esa.  Había que rezar un padre nuestro antes de desayunar, antes de comer, antes de cenar e incluso antes de tomarnos un vaso de gelatina para merendar. La madre se levantaba temprano para ir a misa todos los días y por la noche venía a nuestra habitación para impedirnos dormir sin haber rezado. Pero la fe de mi compañera era de las que no aguantan una sola envestida. Preguntas tan absurdas como: y si te quedas viuda y te casas de nuevo, ¿con qué marido estarás en el cielo? La hacía enfurecer, se tapaba las orejas y gritaba por no escuchar. En cuanto escapó de la influencia de la madre, se volvió una creyente mucho más sosegada, creo que casi del estilo de mi madre, que cree más por superstición que por convicción en la existencia de un Dios. 

Hoy he estado en la misa por el alma de uno de mis vecinos. Un señor bastante mayor y simpático que murió por un problema respiratorio (un año y siete meses le hacía falta para cumplir un siglo, según nos informó uno de sus nietos). La misa no era sólo en recordatorio de mi vecino. Era una misa normal y la mayoría de los asistentes iban al ritual, por completo desvinculados del difunto. Me ha sorprendido la cantidad de personas que asistían,  y de todo tipo. Desde hombres mayores a adolescentes con pinta de haber ido a excitar al sacerdote. Me pregunto si alguno de ellos cree realmente o sólo van a la tediosa celebración por miedo a que un Dios iracundo se enfade con ellos y los castigue.

2 comentarios:

  1. La verdad es que esa pregunta me la hago siempre: ¿Son creyentes todos los que asisten a las celebraciones religiosas de forma habitual?. Supongo que ni mucho menos, quizá sea mera rutina, o eso, simple temor a un castigo en "la otra vida". Respeto los creyente absolutamente convencidos de la existencia de otra vida celestial y de la voluntad de Dios, hasta el punto de resignarse por la perdida de un ser querido a edad temprana (he conocido algún caso).por considerarlo una decisión divina, que son generosos y entregados a ayudar a los demás ¿Cuantos?.
    Pero no respeto a quienes inventaron el "infierno", esos "fabricantes de angustia", que fueron los mayores terroristas de la historia de la humanidad.

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    1. Nunca lo había visto desde ese punto de vista (lo del infierno). Es como amenazar a un puñado de críos con la llegada del coco si no se comen las verduras. La religión no es distinta al trato de unos padres opresivos: si no os portáis bien, arderéis durante toda la eternidad en los infiernos (qué cómico visto desde fuera).

      Yo también respeto a los creyentes (aunque no los comprendo). Lo que creo que no es digno de respeto, al menos hasta antes de la llegada de este nuevo Papa, es la alta cúpula de poder de la Iglesia Católica, gracias a la cual ha habido a lo largo de la historia mucha falta de libertad (entre los creyentes y entre los que tuvieron la mala suerte de nacer o vivir en un país bajo las normas de esta religión).

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