miércoles, 9 de enero de 2013

La vida es eterna en cinco minutos

Hoy hemos tenido un pequeño susto (del que yo ni me he percatado). Un pequeño terremoto que ha hecho tintinear las campanillas de cerámica que tenemos colgadas junto a la salida a la terraza, mecer la lámpara y ondular el agua de la jarra (cosas que ocurren si se deja abierta cualquier ventana y hay una pequeña corriente de aire o pasa un camión pesado por la calle). 


Guille ya se había acostado, aunque no dormía y yo bailoteaba con los auriculares puestos en la cocina mientras metía los platos de la cena en el lavavajillas. Guille se asustó (un susto comprensible, sobre todo porque lo sacó del sopor en el que ya había caído). Yo ni lo percibí. Supongo que sería muy corto -no más de 10 segundos-. Si hubiera sido más largo, de mayor intensidad o más superficial, hubiéramos tenido que tomar algún tipo de medida (dormir en el coche) porque nuestro edificio no es sismorresistente. Pero fue insignificante y todo volvió a la normalidad de inmediato. 

Existen tantas variables para que todo vaya mal, para que la monotonía se rompa en un instante, que prácticamente es un milagro que los días se sucedan uno tras otro sin que ocurra algo que nos la destroce.

2 comentarios:

  1. Creo que fue en febrero de 1968 cuando hubo un fortisimo terremoto en Sevilla. Me despertó el ruido del interior de la tierra y me quedó un sabor amargo en la boca durante largo rato, que después me enteré que es a lo que llaman el "sabor del miedo". No me extraña, lo tenía sobrado. Las personas salíamos a la calle, despavoridos, a medio vestir, a pesar del frio de la media noche, pero lo curioso es que algunas personas no olvidaron portar la caja de caudales

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    1. Supongo que sería el mismo terremoto que asoló Portugal.

      Yo nunca he sentido un terremoto fuerte (y los pequeñitos, la mayoría de las veces, ni me he percatado de ellos). En Barcelona, en el 2007, sentimos uno. Era pequeño, de unos 3º, pero como vivíamos en la planta 21, el edificio se movió de lo lindo. Una señora salió despavorida, vistiéndose por la escalera (eran las seis y media de la tarde -rara hora para estar despolotada-).

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