martes, 1 de mayo de 2012

Quit pro quo

El cortijo de la Virgen Negra está a las afueras del pueblo natal de mi madre, donde mi abuela vivió casi toda su vida, en la provincia de Sevilla. La última reforma importante que ha sufrido el edificio data de la mitad del siglo pasado, debido a un incendio que lo dejó bastante maltrecho. Ahora vuelve a estar maltrecho, pero el culpable es el paso del tiempo y nadie parece querer o poder hacer algo por remediarlo. Lo más probable es que ya ni siquiera tenga dueño, por que, ¿a quién pertenece los bienes que deja un difunto sin descendencia?

El dueño del cortijo tuvo una única hija (si no estuviera mal visto criticar a los difuntos, ahora cabría añadir "por fortuna" o "gracias a Dios"). Era una hija muy mimada y querida que tuvo todo lo mejor que puede pagar el dinero. Pero estudiar en los mejores colegios de España y poder gastarse todo lo que quisiera en adornos y afeites, no había servido de nada. La belleza de su rostro era paradigma del dicho: "La cara es el reflejo del alma". Y ella era fea, muy fea, tanto que ni siquiera la enorme herencia de Aniceta, nombre de la chica, había tentado a un desdichado que a cambio de una vida regalada fingiera quererla. Al cumplir los 25 ya suponían que se iba a quedar para vestir santos; pero apareció un pretendiente cuando ya nadie lo esperaba. Las malas lenguas aseguran que pagado por el padre y sin más pretensiones que la cortejara durante unas semanas porque Aniceta había llorado durante dos días seguidos por no tener novio. El padre sabía que la personalidad de su hija mantendría a raya a cualquiera que quisiera aprovecharse de su herencia. Era bastante zote, entendía todo al revés, era perezosa, engreída, soberbia y sin ningún don o habilidad conocida. Pero el noviazgo siguió adelante con el beneplácito del padre quien, como todos a excepción de Aniceta, sabía que el único cariño que tenía Rogelio, el novio, era hacia los billetes. A pesar de la buena voluntad del novio, las peleas, por el carácter de Aniceta, eran constantes. En media docenas de veces Rogelio intentó escapar y otra media docena de veces el padre consiguió persuadirlo con nuevas tierras para la dote de la hija, un coche, ropa hecha a medida... e incluso un tractor, que sería el primero, y durante mucho tiempo el único, que se viera en la comarca.

La desgracia ocurrió la noche antes de la boda. Dicen que Aniceta intentó planchar el velo que era de material sintético y que en cuanto acercó la plancha demasiado caliente a la tela todo ardió. No hubo investigación. Los hechos parecían evidentes y a nadie se le ocurrió pensar aún que las cosas habían sucedido de forma diferente a como los indicios indicaban. El entierro se celebró al día siguiente. Algunos invitados no se habían enterado de la desgracia. Jamás se vio tal procesión de gente tan bien vestida camino del cementerio.

De Rogelio se comenzó a sospechar de inmediato porque utilizó los billetes del viaje del bodas, supuestamente para poder olvidar la desgracia, y cuando volvió, se mudó a la casa que habría sido de la pareja y en las tierras de la dote se escuchaba el ronroneo del motor del tractor. Tales sospechas, de la intervención directa de Rogelio en la muerte de la novia, se cercenaron con su muerte dos meses y medio después del incendio. Murió aplastado por el tractor. Inexplicablemente había volcado en un terreno completamente llano. La única heredera de Rogelio, quien se llevó todo lo sacado al padre de Aniceta, era la criada de su madre, con quien llevaba casado más de tres años. Desde que se supo este detalle, en el pueblo la duda razonable se convirtió en una evidencia.

(Otra de las historias de mi abuela).


3 comentarios:

  1. .
    ¿Qué es la literatura comparada con la historia de Aniceta contada por tu abuela? Pues nada.
    No dejes de fijar estas historias por escrito, por favor, BeKá, es un placer leerlas.
    :-)

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    1. Ooooooooh, has vuelto (había desaparecido tu avatar de mi muro de las lamentaciones y temí haberte molestado sin haberme dado cuenta). Me gusta ver tu avatar. Soy como una perra de Pavlov, aunque en lugar de salivar al escuchar una campanilla, empiezo a sonreír al ver el fondo amarillo del señor barbado.

      Me divierte mucho recordar las historias de mi abuela. La mayoría las tengo mezcladas u olvidadas (recurro a mi madre para desliarlas). Cuando paseaba con ella me daba la sensación de que todos los días de su vida había ocurrido algo interesante o digno de mención. Pero todo se debe a los límites. Para ella algo ocurrido en la otra punta de su pueblo, era un hecho cercano del que terminaba conociendo todos los detalles. Yo, si un chaval se suicida dos manzanas más allá de la mía, seguramente ni llegaré a enterarme o, de hacerlo, será por medio de los periódicos. Y una noticia de periódico se suele mantener poco tiempo guardada en la memoria

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  2. .
    Debe ser un descacharramiento momentáneo de la blogosfera, BeKá, que hacía que los retratillos aparecieran y desaparecieran. ¡Cómo me vas a molestar, por favor!

    No siempre dejo comentarios e incluso hay temporadas que desatiendo toda mi blogobatería favorita; pero siempre te sigo. Ya sabes que tu blog me parece ejemplar.

    :-)

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