jueves, 31 de mayo de 2012

Cero de tres

En el pueblo de mi abuela los hombre parecían más propensos a enamorarse de la dote de las chicas que de su físico o su forma de ser. Si no hubiera sido así, puede que Ludovica María, la hija del alcalde, hubiera tenido a lo sumo un pretendiente -en lugar de una docena-, lo que a la larga habría sido mucho más beneficioso para ella. Tener tanto hombre rondando su ventana, la volvió engreída, se creía una beldad,  hasta el extremo de querer denunciar por tongo al jurado del certamen de belleza de  Écija, un pueblo cercano, al que se presentó y ni siquiera (con toda justicia) quedó finalista. En los de su pueblo siempre ganaba, que para algo su padre era parte del juzgado y sabía imponerse. El rosto de Ludovica María habría resultado insulso, e incluso tolerable a la vista, de no ser por sus paletas, las cuales siempre estaban omnipresentes, aún teniendo la boca cerrada. La extraña costumbre en una adulta de mantener el dedo pulgar en su boca durante horas, había hecho que la dentadura se le deformara, corvándose hacia el exterior.  Con la boca cerrada, las paletas aparecían entre los labios, más como un arma defensiva que como los de un roedor.

De todos los pretendientes, a los que se les permitía rondar la ventana de Ludovica, pero no entrar en la casa (qué comportamiento más extraño tenían a mediados del siglo pasado), el que más agradaba al padre era Agapito (quien luego sería conocido como el semental de sandias) el único que, literalmente, tenía dónde caerse muerto (la madre de Agapito llevaba pagando mensualmente, desde el día que nació, un seguro que se haría cargo del entierro de su hijo cuando muriera, siempre que no tuviera recibos sin pagar). Ludovica, sin embargo, hasta el día de la patrona del pueblo, mostró preferencia por Antonio, el hijo del cabrero. La mala fama de rebelde lo hacía atractivo a los ojos de la muchacha. Pero el día de la patrona, fiesta en el pueblo, todo cambió. Ludovica se enamoró por primera vez, o puede que sólo se encaprichara.   Su atención se posó en uno de los dos únicos hombres de los que no era lícito enamorarse (aunque en el pueblo de mi abuela estaban muy asilvestrados, el incesto no estaba bien visto -pero no se había enamorado de su propio padre-). Desde ese día Ludovica sentía que el corazón se le aceraba ante la sola presencia de un crucifijo, como si quisiera salírsele del pecho. Se volvió una autentica beata, de misa y confesión diaria. A veces los desasosiegos de su alma no quedaban satisfechos con la misa de la mañana y tenía que volver por la tarde. Don Fabricio, el sacerdote que sustituía a don Daniel desde el día de la patrona, pensó que Ludovica era una muchacha muy piadosa que estaba destinada a servir a Dios en un futuro inmediato, por eso le prestó más atención que a otras, atención especial que Ludovica erró al juzgar. Todos en el pueblo sabían qué ocurría, aunque pensaban que don Fabricio no se enteraba de la misa ni la mitad, por eso fue una sorpresa cuando corrió como la pólvora la noticia de que Ludovica estaba embarazada y el sacerdote había aceptado casarse con ella. El compromiso existió durante dos días y medio -lo mismo que el supuesto embarazo-. En cuanto el superior de don Fabricio llegó desde Sevilla al pueblo, y hubo interrogatorio, se descubrió la inocencia -casi idiotez en realidad- del sacerdote. Nadie le había explicado a aquel desdichado que para que una mujer se quede embarazada se necesita algo más que un beso y algunos tocamientos por encima de la ropa.

El sacerdote fue trasladado a otro pueblo, y Ludovica, con la reputación mancillada, se quedó sin moscardones que revolotearan alrededor de su ventana. 

4 comentarios:

  1. Esta historia merece estar en el cuaderno.

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    1. Ya he empezado a pasarlas al bloc, aunque voy un poco lenta porque hacía siglos que no escribía a mano (esto del ordenador va a conseguir que terminemos por olvidar cómo se coge un bolígrafo).

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  2. Ya te he comentado alguna vez Bk lo gratamente que me ha sorprendido tu blog y tu estilo narrativo. Eres sorprendente. Sin embargo la palma se la llevan las historias del pueblo de tu abuela ¡Son geniales!!! Sigue con ellas por favor.

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    1. Muchas gracias por tus palabras (no sabía que tuviera estilo narrativo). Es muy divertido recordar estas historias, e incluso escribirlas.

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