martes, 10 de noviembre de 2015

La mujer en el laberinto

Este mundo es una mierda.

Ayer por la mañana fui a Alcaudete, un pueblo de Jaén. Nos han contratado para la reforma de un restaurante en un área de servicio. Aprovechando que tenía tiempo, me acerqué a algunas obras que tenemos en ese pueblo. La mayoría aún no se han acabado por problemas económicos del promotor. Otras incluso muestran los primeros deterioros por estar habitadas, aunque no tiene el final de obras -supongo que mantendrá la electricidad de obra, a pesar de saber que pueden ser multados-. Otras, ya terminadas, muestran el deterioro de las inmuebles deshabitados durante mucho tiempo, y varios carteles desvaídos de diferentes inmobiliaria, anunciando que se vende. Pero la que realmente me importaba era una que está al pie del castillo, rodeada de almendros y sauces llorones, tan deteriorada que palmotear su fachada significa echar abajo un trozo del revestimiento arenoso y abombado, dejando al descubierto los ladrillos macizos. La casa pertenecía a un matrimonio relativamente mayor. El hombre, por intermediación de mi antiguo jefe, llamó hace tres años y medio al estudio. Quería que hiciéramos una casa exactamente igual a la que tenía: misma distribución, mismos acabados, mismos huecos... Lo intenté persuadir para que no lo hiciera porque la casa tenía muchos fallos: techos muy bajos, distribución caótica, escaleras peligrosas... Pero el hombre insistió: debía ser exacta, idéntica a la que se iba a demoler porque a su mujer le acaban de diagnosticar Alzhéimer, ellos habían vivido en esa casa desde que se casaron siendo apenas unos adolescentes y el hombre, que se había informado sobre la enfermedad de su esposa, sabía que los recuerdos del pasado son los más duraderos. No quería que se mujer se despertara todas las mañanas preguntándose dónde estaba. 

Fue un trabajo arduo. Me tiré más de dos semanas para encontrar una solería hidráulica parecida a la que quitábamos. Y las puertas se las iba a hacer un carpintero porque, aunque eran muy simples: lisas, contrachapadas, pintadas de color marfil; eran muy bajas: 1.85 m. Eso fue un problema en el colegio porque no querían visar el proyecto por incumplimiento del Código Técnico de la Edificación. El Estado vela por evitar que nos abramos la cabeza de un porrazo contra el dintel de la puerta de nuestra casa. 

El proyecto ha estado visado y con las copias hechas en el estudio desde entonces, sin que nadie viniera a recogerlo a pesar de los muchos mensajes dejados en el teléfono del promotor. 

La vivienda sigue como hace tres años y medio. Tal vez aún más deteriorada porque ya hasta una ráfaga modera de viento es capaz de derribar el revestimiento fofo. La vecina de la vivienda contigua salió al escucharme llamar en la puerta metálica de la entrada principal: el hombre que vivía en la casa murió hace tres años y pocos meses. Su mujer, como estaba enferma y no podía valerse por sí misma, está ahora en un piso con una de sus hijas. Ya nadie va por allí, tampoco los hijos, unos descastados que no quiere acercase a la casa donde nacieron y crecieron.

Mientras volvía a casa, no podía dejar de imaginar a la mujer perdida dentro de un laberinto.  

2 comentarios:

  1. Cuanto me apena esa historia.
    Desde luego,este mundo es una mierda, menos mal que con algunas guindas.
    Lo jodido del caso es que supongo que no tenemos otro después, así que habrá que procurar que las guindas sean las más posibles.

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    1. Mi Guille lo ve desde el punto positivo: dice que podría ser aún peor, que la mujer al menos tiene hijos que se hacen cargo de ella y la cuidan.

      Por supuesto, ya que tenemos una sola vida, tan breve y capaz de acabarse sin previo aviso, hay que recolectar el mayor número de momentos felices posibles. (Algo que no va con mis vecinos, que parecen felices siendo infelices: siempre están discutiendo, incluso en este momento, que son las tres de la noche).

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