sábado, 21 de noviembre de 2015

Cenizas a las cenizas

A Simeón el Estilita lo consideraban santo por vivir durante varias décadas en lo alto de una columna, aunque simplemente se le debería considerar un cotilla. Vivir varios metros por encima de la gente, permite observar con impunidad, es como vivir en una atalaya. Por eso me encanta mi terraza.

Ayer el barrio olía a candela. Supuse que algún vecino comenzaba a tomar medidas prematuras contra la ola de frío polar que los meteorólogos nos llevan prometiendo desde hace algunos días, y habían encendido las chimeneas o las calderas (cerca, en la plazoleta de la calle Alhamar, hay un edificio con una caldera que se alimenta de cáscaras de almednras). Me equivocaba. No tardé en ver que el olor venía del patio de una de las casitas de dos plantas que hay a las espaldas de mi edificio. Una pareja mayor quemaban papeles en un bidón en su patio. Me gusta no saber qué quemaban, así puedo imaginar que la pareja son amantes, que lo llevan siendo desde su adolescencia, pero que ella terminó casada con otro hombre y ahora que ha muerto, queman las cartas de amor que se escribieron durante décadas. La verdad será mucho más prosaica. Es probable que sólo quemaran la documentación fiscal que ya no se ven obligados a guardar. 

Una pavesa llegó a mi atalaya. Estuvo dando vueltas y vueltas en el remolino que se suele formar los días de viento sobre uno de los sumideros de la terraza. Quise atraparla, por si el fuego había protegido alguna palabra o trozo de frase. El movimiento de mis pies desplazaba el aire y la pavesa parecía un animal que huía y se alejaba a voluntad para evitar caer en mis manos. Al final conseguí pisarla. Nada se podía ver en ella, o un trozo de la oscuridad más profunda, nada más. 

Esta mañana amaneció lloviendo. Ya ni siquiera queda el olor a candela.

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