lunes, 19 de septiembre de 2011

Gili-voluntaria _ Segunda parte

De Adobe me fui por la "puerta de atrás". Los llamé ladrones y aprovechados. Me enfadé mucho después de saber que el dinero que habíamos recaudado supuestamente para material escolar para los niños de una escuela en la India, iba a servir para que pasaran diez días de vacaciones los tres socios más antiguos en un hotel de Nueva Delhi (ni siquiera tuvieron la decencia de dividir aquel dinero entre el material escolar y su necesidad de conocer mundo de forma gratuita).

Por sugerencia de mi tío Fermín fui de voluntaria a la Asociación de Mujeres Maltratadas de Granada. Por alguna razón mi tío sospechaba que mi novio de aquella época me "zurraba". Pero no era así. En mi vida me han pegado en tres ocasiones: una profesora cuando tenía siete años, mi madre cuando tenía uno 14 años y un desconocido cuando tenía unos 20 años.

Mi trabajo en la asociación era muy fácil, además me venía bien: sólo debía mantenerme despierta durante toda la noche y atender las posibles incidencias. Incidencia era el eufemismo que se daba a la llegada de una nueva "inquilina" a los pisos que servían de albergue pasajero a las mujeres que tenían que escapar de sus casas sin nada, ni siquiera dignidad. Vi tanto dolor, heridas, ignominia, frustración, maltrato físico y psíquico durante los cinco meses que estuve de voluntaria en esa asociación que me encorajina que algunas personas pongan en duda la realidad del maltrato de género. Por supuesto que la policía tamizaba a las mujeres que realmente necesitaban ayuda. 

Me extrañó que casi todas, a su llegada, habían manchado su ropa interior. Lo consulté con mi tío. No era una señal de cobardía. Él aseguraba que sólo eran cuerpos educados para sobrevivir a los golpes. Una vejiga llena de orina, si te la revientan de un golpe, produce peritonitis y posiblemente la muerte. Con una vacía el riesgo disminuye. Si te dan un golpe, el primer día tu cuerpo no reacciona, si te dan una docena, aprende a protegerse. 

Otra cosa que me extrañó durante aquella época es que, incluso sabiéndose a salvo (a mí me solían mandar a un piso del Realejo y las mujeres que nos llegaban solían ser de la Chana) seguían asustándose cuando llamaban a la puerta. 

En realidad no me sentía muy útil. La mayoría de las noches, por fortuna, no había ningún incidente, me la tiraba leyendo o estudiando. Alguna noche sí que fue movida. Tres incidencias en una noche. La policía solía llamar antes. Preparaba un dormitorio, ropa limpia (en previsión, aunque no todas la necesitaban) y algo de comer (aunque ninguna nunca quiso comer). Pocas llegaban con niños (los pisos a los que me solían mandar eran pequeños, las que llegaban cargadas de niños, solían derivarlas a otros pisos con personas más experimentadas que yo). 

En los cinco meses que fui voluntaria en los del maltrato a las mujeres sólo hubo un incidente relativamente grave. Una noche llegó una señora mayor (unos cincuenta y muchos años) con su hijo, de unos treinta y pocos. Tenía lesiones antiguas, pero escaparse de su casa no había sido la reacción a una última paliza. El hijo había sido quien empujó a la madre a escapar del padre maltratador, pero, paradójicamente, también fue quien avisó al padre para que fuera a buscarla, delatando la ubicación del piso. El hombre apareció cuando comenzaba a amanecer. ¡Menudo pollo se montó! El padre dándole patadas a la puerta de la entrada porque alguien le había abierto el portal, pero yo me negaba a abrirle a él, el hijo gritando a la madre que su padre la quería aún, que había ido a buscarla; la mujer gritando que de esa no salía, que la iba a matar, y yo llamando a la policía para que aparecieran por allí lo antes posible. Fueron rápidos. Tardarían unos cinco minutos. Pero ese tiempo sobró para que el hijo cosiguiera quitarme de en medio con un empujón que me dejó sin respiración porque choqué de lleno contra el suelo (un planchazo en toda regla). Por fortuna no ocurrió nada. La mujer se encerró en el dormitorio y ni padre ni hijo pudieron sacarla de allí. La policía llegó y todo todo fue paz.

Tuve que dejar de ser voluntaria en el Maltrato a las Mujeres porque mi  familia me lo pidió. Tenían miedo de que algo igual, o peor, ocurriera. 

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