domingo, 30 de octubre de 2016

Los dueños de los muertos

Lloré durante el funeral de mi padre, pero creo que se debió más al cansancio que a la pena. Fue un periplo interminable y un día de 48 horas. Sí recuerdo que nadie pudo consolarme el primer día que llovió después de su entierro. Estaba convencida que ni la cubierta del nicho ni el féretro estaban protegidos contra las goteras y se estaba mojando mientras nosotros permanecíamos tan confortables dentro de casa. Tardé mucho tiempo en superar ese temor. Con otros familiares, como mi abuela o mis tíos fallecidos, no he sentido esa angustia. Años después, cuando conseguimos que sacaran sus restos del nicho, lo incineraran y mi madre se los llevara a casa, fue un gran alivio. Desde entonces vuelven a entusiasmarme los días de lluvia, por lo extraños y necesarios que son en estas tierras de días luminosos. 

Ahora el Papa Francisco prohíbe que los familiares creyentes tengan las cenizas de sus difuntos en casa. Mi madre es creyente, aunque hace mucho que no presta atención a las exigencias de la Iglesia. Le extraña esa obstinación por apoderarse de los cuerpos de los muertos cuando supuestamente la Iglesia Católica sólo se interesa por las almas, y si Dios está en todas partes, ¿qué hace más sagrado un cementerio que su propia habitación? Alega la Iglesia que mantener las cenizas fuera de un lugar sagrado puede sustraer a los difuntos del recuerdo de los familiares: la urna de mi padre, que originalmente era de cerámica rugosa, ahora está pulida por las caricias de mi madre. Como en otras ocasiones, la Iglesia únicamente parece haber dado otro paso para distanciarse de sus fieles.

4 comentarios:

  1. Te aconsejo leer, en El Mundo de hoy, un reportaje sobre el trabajo de los enterradores. Uno de ellos cuenta que, en el entierro de un niño, la madre le pidió subirse con él a una plataforma con la que había que acceder al nicho situado en altura, donde el cadáver del niño iba a ser depositado. El enterrador accedió y la madre, antes de cerrar el nicho, le pidió al enterrador que si podía cantar una nana (la última nana) a su hijo. El enterrador dijo que sí. Obviamente rompió a llorar (él también).

    No, no debe ser fácil la profesión de enterrador.

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    1. Qué triste. Sin duda es uno de los trabajos más complicados que existen. También tiene que ser muy doloroso enterrar a alguien sin ningún acompañamiento, sin familiares ni amigos.

      Gracias por la recomendación, la seguiré.

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  2. En verdad que no entiendo: Por una lado un Papa supuestamente moderno que aparenta acercar la iglesia al pueblo, que hasta entiende la homosexualidad, según he podido interpretar en algunas manifestaciones y ahora esta absurda contradicción con el proceder sobre las cenizas de los difuntos. Que más dará para los creyentes de un mundo de ultratumba, que las conserven en casa, las arrojen al mar, las mantengan en un columbario o se hagan un brillante con ellas.

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    1. A mí me parece un castigo para las familias. Para una madre que sea beata y quiera tener las cenizas de su hijo difunto en casa, debe ser un martirio.

      Y el absurdo al que se llega en el caso de mi padre. Los restos de mi padre fueron incinerados cuando llevaba muerto diez años. En caso de no haber comprado mi madre el nicho por 99 años, ni haberlo incinerado, sus restos hubieran pasado al osario del cementerio, donde los estudiantes de medicina pueden entrar a buscar huesos para llevárselos a casa y estudiarlos. Seguramente algunos de esos huesos terminarán en la basura. ¿En qué caso están recibiendo los restos de mi padre más cariño y respeto?

      Menos mal que mi madre no es de hacerle caso a los curas.

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