lunes, 1 de junio de 2015

Un lugar en el mundo

Ha llovido. Una lluvia apacible y clara que ha limpiado en parte la capa de polvo del Sahara que arrastró la tormenta de la otra noche y manchaba los cristales. Es la única tarea pendiente, aplazada hasta que en la página web del tiempo aparezca sobre este trozo de tierra un reluciente sol. Al final ha sido un día divertido, demasiado tranquilo para ser un lunes. Tal vez el exceso de trabajo nos haya evitado cometer el error de abrir de nuevo el estudio de Málaga. Hasta las elecciones la cosa parecía ir bien, haber mejorado mucho en muy poco tiempo, era como recibir un bombardeo constante de pequeños trabajos. Ahora todo parece un espejismo y la cosa ha vuelto a la inactividad de hace unos meses. 

Ya no recuerdo cuándo fue el último día que lo dediqué exclusivamente a la limpieza. El día de hoy me lo he tomado muy en serio. Hasta me he sumergido en los cajones de algunos muebles que no habían sido ordenados desde la noche de los tiempos. Es como la búsqueda de un tesoro que había olvidado completamente que estaba en mi posesión. Decenas de objetos inútiles e interesantes que se han guardado porque encierran algún recuerdo pero que son realmente innecesarios; entre ellos un extraño juego de damas vietnamita: cada pieza tiene labrado con nácar una flor o una figura. Me lo trajo mi hermano mayor de uno de los tres viajes que ha hecho a ese país. Si cada uno de nosotros tiene un lugar en este mundo, sospecho que el de mi hermano mayor es Vietnam, y sólo las ataduras de la familia y el trabajo impide que se marche tan lejos, aunque sospecho que llegará el momento que sienta que esas ataduras se van suavizando, hasta que al final se rompan del todo y él se convierta en e-mails cada vez más espaciados hasta que sólo nos recuerde por Año Nuevo. 

Yo aún no sé cuál es mi lugar en el mundo. El azar me trae una y otra vez a Granada. La primera vez que escuché hablar de esta ciudad fue cuando trajeron a mi padre para hacerle un trasplante de médula, aún había un ápice de esperanza; pero se rompió inmediatamente. No la pisé hasta el día de su entierro y me extrañó ver que no se trataba de una urbe llena de edificios blanco y gigantescos, porque la única imagen que tenía de ella era una foto de mi padre delante del hospital que hay en la Caleta. Volvimos cuando mi madre y yo ya vivíamos solas y mis hermanos eran como saltamontes que sólo de tarde en tarde se pasaban por el nido. Fueron pocos meses, por fortuna, porque vivíamos en un bloque militar muy deprimente, en la calle Martínez Campos. La carrera también me arrastró a esta ciudad, aunque en un principio pensaba hacerla en Sevilla, y la crisis, con el edificio en el Campus de la Salud que fue una salvación para poder vadear los peores momentos. Sin embargo, no siento apego por ella. Puede que jamás sea capaz de sentirme unida a ninguna parte -reminiscencias de una infancia itinerante-. Lo único que realmente me importa de los lugares donde estoy, es que Guille esté bajo mi mismo cielo. 

2 comentarios:

  1. Tu entrada me hace recordar esas publicidades de coca-cola o algún producto similar, donde siempre dicen que el hogar no es un lugar, sino donde esté reunido la familia. El apego a un lugar, la sedentariedad, si es que así se puede llamar, es algo innato en la parte social de la humanidad, pero también es parte de nosotros la curiosidad, la sed de aventura que nos impulsa a movernos de donde estamos a otros sitios.

    La ciudad en donde vivo, la conozco como la palma de la mano, sin embargo, es un lugar donde no me gusta vivir. Aun extraño la obra en otro estado de hace dos años, pues no era solamente lo agradable del clima, sino la relativa accesibilidad a las cosas y la amabilidad de las personas, algo que bajo un sol inclemente, temperaturas a la sombra de más de 38 C no se puede presenciar.

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    1. Esta ciudad es muy cómoda para vivir, aunque los cambios de temperatura son extremos. Supuestamente es uno de los lugares más fríos de España en invierno, pero viviendo día a día, no se da cuenta una. Este invierno sólo hemos tenido uno o dos días de frío real. Y en verano las temperaturas suelen rondar los 30ºC, a pesar de ello, es una ciudad que se caracteriza por la antipatía de sus ciudadanos. Es típica la malafollá granaína (lo suelen definir con esas palabras). Resulta chocante el trato que dispensa los camareros de Granada y los de Málaga, y eso que están sólo a unos 125 Km. Los de Málaga, si llevas mucho tiempo sin salir de Granada, hasta pueden resultar excesivamente empalagosos y zalameros. Casi prefiero la sobriedad y seriedad de los granadinos.

      Lo único que se echa en falta aquí son mejores espectáculos. Sólo de tarde en tarde viene alguien interesante y estás obligada a comprar las entradas con mucha antelación porque se acaban muy pronto, cosa que nunca me ha gustado hacer porque suele ocurrir que el trabajo o estar fuera, me impida asistir al espectáculo. En Barcelona es distinto: únicamente falta que te apetezca ir a un buen concierto o una obra de teatro, para poder asistir, sobre todo si vas sola (es complicado convencer a Guille para que asista al teatro o al ballet).

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