martes, 1 de agosto de 2017

Piñata

En los días de la patrona del ejército del aire, en el destacamento donde vivía, los soldados hacían celebraciones y juegos. En el que más me divertía, los soldados colgaban de una cuerda un montón de botijos llenos de harina, azulete, agua o incluso lentejas, y, con los ojos vendados, debían romperlos. En el interior había un papel indicando un premio o un castigo. Dinero, bebida, consumiciones gratis en la cantina o dar un porrón de vueltas corriendo a la plaza de armas (inclinaciones sádicas por estar encerrados en el culo del mundo). 

Aquel juego les sirvió a mis hermanos de inspiración para encontrar una forma de librarme del estrés. Si me veían nerviosa, cualquier trasto viejo, un martillo, las gafas de moto y, hala, a dar golpes hasta convertir en papilla una lata o un juguete viejo.

Hoy la mañana empezó mal. Nos habíamos reunido un aparejador, el propietario, constructor y yo en una parcela de las afueras de Cúllar para firmar el acta de replanteo de una casita rústica. El propietario debió ver un tutorial de albañilería en Youtube. Pero entre ver hacer algo y hacerlo, existe un abismo. Durante cuarenta y cinco minutos estuvimos mirando un muro de unos cinco metros de largo y dos de altura con hileras de ladrillos que parecían el recorrido de una montaña rusa. El constructor quería 800 € por derribar aquel trocito de obra y el propietario decía que era una locura. El propietario decía que el precio de la vivienda era cerrado y el constructor que en ningún momento se habló de derribos. Ese soniquete duró hasta que el aparejador dejó escapar todo el aire de sus pulmones, cogió una de las picas del replanteo y ¡zas! como si se tratara de un vampiro, se la hincó al muro que cayó al suelo de un solo trozo, sin quebrarse. En el tutorial que vio el propietario no decían que los muros necesitan cimentación ni que el cemento hay que mezclarlo con arena. Durante un buen rato estuvimos dando martillazos y golpes a los ladrillos, hasta que quedaron desmenuzados. Trabajamos todos menos el constructor quien, me parece, nos miraba con envidia porque fue divertido. Hoy la mañana terminó bien.

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