jueves, 26 de enero de 2017

La mar tranquila

Mi madre es la cínica de la familia. Ha escuchado ciento de veces lo de: El tiempo lo cura todo. Ella responde: Claro, porque el tiempo te termina matando y después de la muerte no hay nada que curar

He trasladado el despacho de Málaga desde la calle Molina Larios a El Rincón de la Victoria. Un compañero me propuso compartir su despacho y repartir gastos. Tal vez, si tenemos suerte, colaborar en algunos proyectos o presentarnos a algún concurso (somos unos ingenuos). La vista de la ventana de calle Larios era la parte alta de la catedral, una imagen casi siempre diluida por la humedad del ambiente, como si fuera un dibujo a acuarelas. 

Lo que veo ahora por la ventana son las cumbreras de teja árabe de las casitas bajas de los pescadores, y más allá, el mar. 


Hipnotiza. Cuesta mucho dejar de mirarlo. A veces es como una persona que está enfurecida y poco a poco se va calmando. Otras es como un bromista pesado, y hace parecer que las lejanas nubes que se acercan a la tierra, son enormes olas que amenazan con engullirnos. A veces, sobre todo las madrugadas nubosas sin viento, parece sólo un desierto infinito y yermo. 

Hoy, por primera vez este año, estoy tranquila y feliz. Puede que sea verdad que el tiempo lo cura todo; siempre que ese todo no sea una herida profunda. 



2 comentarios:

  1. Me alegro que finalmente puedas estar tranquila y feliz. Que esta primera vez, dé paso a muchas otras ocasiones para ello. El tiempo no lo cura todo, pero tiene que estar presente para curar. Llámese herida o enfermedad, ambos necesitan de tratamiento para sanar, pero igualmente se necesita de tiempo para que haga efecto.

    Sin lugar a dudas, para poder sentirte feliz, no es porque el tiempo sea la cura, sino que algo o un conjunto que hace un tratamiento, finalmente hizo efecto. Quién sabe, nuevas amistades, el luto adecuado, la familia, la verdad, el saber que hay muchas cosas más allá de ese horizonte tan hermoso que ves todos los días en el despacho...

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    1. Muchas gracias.

      Guille me está poniendo muy fácil alegrarme de la ruptura. Si antes, cuando estábamos juntos, jamás discutía por nada, ahora parece el perro del hortelano: ni come ni deja comer. Se ha enfadado porque he dejado el estudio de Málaga y me he ido al Rincón de la Victoria; pretendía que me quedara en el mismo estudio y lo compartiera con su socio, que me cae tan bien como una patada en el estómago. Acepta que le compre su mitad del piso de Barcelona, pero no quiere que eche a los inquilinos que viven ahora en él y cuyo beneficio se lleva su hermano. Y mil pequeños detalles más que hace que no se parezca en nada al Guille que convivió conmigo.

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