domingo, 12 de junio de 2016

Algunos hombres buenos

Mi primo Miguel Ángel tiene una de esas caras que choca verlas en un entierro porque, aun sereno o triste, su rostro parece sonreír. Curiosamente, la primera vez que lo vi fue en un funeral, el de mi padre. Nadie se lo pidió, él mismo decidió que tenía que protegerme y no se apartó de mi lado ni un instante durante toda la caótica mañana. Primero estuvimos en el cementerio de Antequera, luego en el de Málaga y finalmente en el de Granada. Sin su rígida vigilancia, seguro que me hubiera extraviado entre tumbas y nichos porque por aquella época tendía a ensimismarme con cualquier lugar que fuera una novedad para mí y deambular sin rumbo.

Hace algunos años, en el 2011, me ofreció su médula. Me habían detectado un bulto en el pecho. Era benigno, pero como él está acostumbrado a los secretos, pensó que había mentido a mi familia. Estaba dispuesto a desplazarse a Barcelona, donde me quitaron el tumor, para comprobar si podía serme de ayuda. 

Mi primo es muy buena gente. No porque piense que va a recibir un regalo divino cuando muera, yendo al cielo, ni porque desee que la gente le palmotee la espalda reconociendo la buena persona que es. Eso, hasta le incomoda. Es así porque no puede evitarlo, de la misma forma que algunas personas no pueden evitar ser hijos de puta. Como el vicegobernador de Texas, que tras el asesinato de 50 personas en un club gay de Orlando, consideró oportuno culpar a las propias víctimas asegurando que No se pueden burlar de Dios. Un hombre recoge lo que siembre

El secreto que mi primo oculta, al menos a su madre, es que tiene novio. 


2 comentarios:

  1. Admiro a esas personas en "el buen sentido de la palabra bueno", que dijera Antonio Machado.

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    1. Ojalá nuestros políticos, al menos uno, se pudiera considerar buena gente. Pero estamos aprendiendo, a la fuerza, que eso es una fantasía.

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