domingo, 7 de junio de 2015

La puta (historieta)

Voy a contarles la historia de mi vida. Me gustaría empezar por el principio. A mi amiga Vane le ha contado su madre que tardó ocho horas en parirla y que tuvieron que utilizar forcep para sacarla, por eso tiene la cabeza apepinada y ni una foto de chica. Mi madre no. Ella jamás me habló de su parto. Me decía, cuando yo aún no tenía mucha sesera, que quien de verdad me había parido fue mi hermano gemelo. Lo tuvo a él solo. Durante cinco días vio cómo el niño iba consumiéndose, sin que en ningún momento parara de llorar, a la vez que se le inflamaba la panza como si estuviera a punto de estallar, hasta que finalmente lo hizo. Era yo que, al no tener ningún orificio por el que salir, lo reventé. No era muy bonita la historia que me contaba mi madre, pero sí lo suficientemente buena para explicar por qué jamás me quiso. 

Hasta que fui capaz de soltarme de la falda de mi madre, pasé el tiempo de rosarios en rosario y de novena en novenas, sin apartarme nunca de capillas y sotanas. El aburrimiento es muy capaz de deshacer cualquier atadura y antes de que a otros niños les dejaran ir solos al colegio, yo ya disponía de libertad para hacer lo que me placiera mientras en el cielo aún hubiera luz. Creo que mi madre estaba convencida que las cosas malas sólo podían ocurrir de noche. Aunque mi profesión se inició de día. En el colegio. En el baño de los chicos. Un compañero me ofreció una chocolatina a cambio de que le enseñara mi cosita. La chocolatina ya estaba mordisqueada. Me subí la falda, me bajé las bragas y dejé que mirara mientras acababa con el resto de chocolate. Mi compañero no tenía escrúpulos, pero sí una bocaza muy grande. Antes de que acabara el curso, no había compañero masculino que no conociera a la perfección mi anatomía. Un bocadillo de jamón de la cafetería por la rajita, dos chocolatinas por las tetas y una bolsa de gominolas por el culo, era mi tarifa. Supongo que algunos de mi compañeros pensó que aquello era pecado y lo soltó en el confesionario, y el cura se lo chivó a mi madre porque, aunque nadie nos pilló haciéndolo, uno de los últimos días de clase, al volver del colegio, me dio tal paliza que me mandó al hospital y asuntos sociales a una casa de acogida. 

La cosa cambió poco para mí. En lugar de volver a casa todas las noches, lo hacía al piso de acogida, y en el nuevo colegio, con compañeros ya mayores, las golosinas se convirtieron en dinero y los simples vistazos en mamadas, cubanas, penetraciones y griegos. No era tan malo. Durante el ratito de la conyunda, me hacía la ilusión de que alguien me quería. 

Pero toda historia de putas tiene su puntito de felicidad. El mío llegó con un cliente, el padre de un compañero del instituto. Después de fornicar, me dio una tarjeta para que me presentara a una prueba de actriz. Siempre pensé que estar delante de las cámaras significaba convertirse en famosa; pero yo no he pasado nunca de ser una actriz de medio pelo, aunque sí lo suficientemente conocida para que más de una persona gire la cabeza cuando me ven pasar o para salir en la portada de alguna revista. 

Un día se me ocurrió llamar a mi madre para decirle que le había perdonado por la paliza. Me soltó que rezaba todos los días para que me muriera. Yo no había pensado en Dios desde que era una renacuaja, desde que andaba todo el tiempo agarrada a la falda de mi madre. Imaginé que si ella podía rezar por mi muerte, yo podía hacerlo porque se arruinara y necesitara pedirme ayuda. Dios debe de ser como todos los tíos. El mismo día que estrenaba mis ubres nuevas -medio kilo de silicona en cada teta-, una amiga de mi madre me llamó para que fuera inmediatamente al hospital porque le había dado un yuyu y estaba muy malita. Dicen que los caminos de Dios son inescrutables. No sé muy bien qué significa esa palabra, creo que algo así como que hace lo que le da la gana. 

Ahora tengo fama de buena hija, de una hija ejemplar, porque arrastro a mi madre a todas partes; incluso al plató donde grabamos, y exijo que hagamos descansos regulares para darle los potitos o cambiarle los pañales. 

El psicólogo que nos obligaban a visitar con regularidad en la casa de acogida, aseguraba que yo había sido la puta, pero que mi madre era la hija de puta. Me pregunto si no me estaré volviendo como ella. Aunque no me cuestiono cambiar, en parte porque el trabajo se ha vuelto mucho más placentero desde que ella está presente. El primer día que la llevé al plató tuve un auténtico orgasmo, uno bestial, de esos que te ciega momentáneamente y piensas que una descarga eléctrica te recorre todo el cuerpo con cada contracción; diez, veinte... hasta la final, que te arquea el cuerpo y de repente te lo vacía de sensaciones y te sientes completamente complacida, satisfecha y feliz. Lástima que el director nos pidiera repetir la escena por sobre actuación. 

3 comentarios:

  1. Creo que en una ocasión leí que le faltaba escribir una novela, con su planteamiento, nudo y desenlace. Esta historieta bien valdría formar parte de la misma. Ya tendría mucho avanzado.

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    1. Muchas gracias, pero creo que eso de escribir un libro, una de las tres cosas que aseguran que hay que hacer para sentirse realizado en la vida, será algo que me quede pendiente. No creo que tenga la suficiente paciencia para escribir más de dos días seguidos sobre el mismo tema. Seguro que me aburriría.

      Se me ocurrió esta majadería el día de las madres, después de recibir un vídeo cursi, melifluo, melindroso... en el que se veían madres e hijas muy felices y contentas, vestidas iguales, todo muy lleno de perlas, tutús y color rosa.

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  2. En un mundo machista, la mujer lleva las de perder. Debo confesar que soy machista, pero a la par de como quisiera que se comportaran las mujeres, también me exijo a comportarme como debe ser. si una golpiza se llevó tu protagonista, los muchachos que pagaron con golosinas también debieron haber llevado su dosis de palo.

    Sin embargo, aunque no esté muy de acuerdo a que cada quien haga con su cuerpo lo que se le venga en gana, pues supongo que es su derecho y hay que respetar su decisión. También aclaro que muy hipócrita de mi parte condenarla, cuando lo más probable si se me llega, pudiera llegar a pensarlo, aunque sea por un instante, cuando estoy consciente que la respuesta debe ser un rotundo "no".

    Y como siempre, tus historietas nunca dejan de sorprenderme, siempre tan agradables de leer, tan fáciles de digerir, y con un gusto por querer un poquito más.

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