domingo, 14 de junio de 2015

La cueva

En el destacamento de aviación donde pasé la mayor parte de mi infancia -la mía se acabó a los seis años-, había un cerro inaccesible y en la cúspide del cerro una cueva. Todo lo que no se puede conocer suscita curiosidad. ¿Qué escondían en la cueva? Había dos versiones. La de los adultos: la cueva era como un enorme trastero lleno de objetos rotos y viejos desechados por otras bases militares. La de los niños: estaba lleno de armamento caducado y si alguna granada o barreno estallaba se produciría una explosión en cadena que nos llevaría todos al otro barrio porque el cerro sería como un volcán. Se descabezaría con tanta potencia que lloverían rocas hasta Bobadilla Estación, que era el pueblo más cercano, a un par de kilómetros. 


La versión real resultó ser la menos creíble, la de los niños; pero yo siempre preferí creer la de los adultos, por pura tranquilidad. Resulta complicado conciliar el sueño si piensas que no vas a despertar porque morirás aplastada por una roca. Así que durante mucho tiempo pensé que aquella cueva era un enorme trastero, lleno de objetos extraños, desde camas decimonónicas a percheros con abrigos de pieles colgados (el de una vecina pareció durante mucho tiempo, en el estercolero del destacamento, un animal muerto medio hundido entre los desperdicios, por eso pensaba que los abrigos de pieles eran objetos de desecho). 


1 comentario:

  1. Bueno, ya sabremos en donde buscar potencia de fuego cuando ocurra un apocalipsis zombie. Los atraemos hasta allá, y hacemos explotar el volcán.

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