martes, 24 de marzo de 2015

Amado mío

Tres y media de la noche. Plazoleta esquina c/ San Antón c/ Agustina de Aragón, dos sujetos hablando a gritos:

- Tío, es que si no te quieres te buscas otra, te la tiras y tan contento. ¿Por qué tiene que ser esa puta? Pero si te ha hecho un favor, tío. Que hay más tías que peos, tío, y mucho más buenas que esa puta...

- Seguro que ahora mismo se está tirando a su nuevo novio. Qué pedazo de putón, qué hija de perra, qué zorra...

Les habría echado un barreño de agua para que se callaran, como suele hacer mi vecina del segundo, pero llovía a mares y se cobijaban bajo un paraguas. Además, como soy tan torpe dando escarmientos, seguro que les habría tirada el agua y el barreño, todo junto: habría dañado de gravedad (aún más) a alguno de ellos. 

Suelo terminar el trabajo a las cinco(a.m.), por falta de concentración pude irme a la cama pasadas las seis y media. 

Ocho de la madrugada, misma ubicación, un señor con una sierra eléctrica en las manos, una careta cubriéndole la cara y unas orejeras. Brrrrrrrrrrrr, hacía el motor de la sierra. Brrrrrrrrrrrr, no paraba. El suelo cubierto por ramas cortadas. Los árboles, frondosos, orondos, llenos de verdor ayer, hoy han terminado como un brichón maltés esquilado. Unos minutos de silencio (qué preciado regalo). Bruuuuuuuuuuuuuuu plas plas plas... Bruuuuuuuuuuuuu plas plas plas..... la trituradora de ramas parecía un helicóptero a punto de griparse.




Dos y media de la tarde. Hora del almuerzo. Misma ubicación. Un vendedor ambulante. 

- Cinco, cinco, cinco, niña, cinco kilos de naranjas, un euro. Dulces como el almíbar, niña. Cinco, cinco, cinco... 

El resto del día lo he pasado fuera de la casa. Ahora shhhhhhhh, nada, ni el remoto runrún del tráfico. Cómo añoraba mi amado silencio. 



2 comentarios:

  1. Desde siempre me han molestado los ruidos estridentes y algarabías, mas a esas horas de la madrugada: Por ejemplo, siempre me pregunto porque los repartidores de butano no anuncian su producto con alguna melodía, tal como los "afilaores", en vez de aporrear las bombonas.
    Esa polémica callejera que cuenta me recuerda una ocasión en que yo dormía en un hotel de Jaén por razones laborales. Me despertaron voces cercanas que en principio supuse en la calle y que yo me había quedado dormido. Luego me percaté que provenían de la habitación de al lado. Como comprobé que era de madrugada, estuve tentado de llamar a la recepción para protestar, pero como suele pasar, al comprobar que se trataba de un hospedado hablando por teléfono, pudo más mi curiosidad y me puse a escuchar: Era un hombre que gritaba a otro porque se molestaba que solo quería "cepillarse" (un eufemismo, claro) a su mujer LOS FINES DE SEMANA, le decía que si no sabía que ella se "tragaba" a diario una maroma. Al final le colgó decepcionado por no ver correspondidas sus limitadas pretensiones. Me quedé atónito. Por lo visto, el receptor de la llamada era un "cornudo" descontento solo porque le alteraran sus hábitos de vida.

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    1. Jajaja, pobre hombre (me refiero al cornudo), cornudo consentido, pero incómodo (hay gente para to').

      Resulta todo una tentación, difícil de no caer en ella, cuando escuchamos conversaciones extrañas en las habitaciones contiguas.

      Lo de la flautilla del afilador sería muy agradable para los butaneros como los llaman aquí; o una armónica (para no confundirlos, porque hace poco tuvimos por aquí a un afilador auténtico).

      Cuando era pequeña, como mis hermanos me habían inculcado el miedo a las bombonas de butano, me daba miedo cuando las golpeaban unas con otras: creía que iban a explotar y que saltaríamos todos por los aires.

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