lunes, 16 de marzo de 2015

Seremos llamados salvajes

Poco a poco recupero la propiedad de mi tiempo. Cinco proyectos en una semana. Es agradable poder retirar de la encimera de la cocina el montón de recipientes de comida encargada: pizzas, comida china, comida japonesa... aquí no hay mucha variedad. Ayer fue un día de transición. Una de mis cuñadas nos invitó a comer cochinillo asado. El aroma abría el apetito pero el animal sobre la bandeja se parecía demasiado a una mascota para resultar apetecible: me atiborré con la guarnición. El almuerzo se soldó a la merienda y la merienda a la cena. Cuando volví a casa ya era de noche, casi madrugada, hora de correr. La primera vez en mucho tiempo. Pensé que la falta de práctica me iba a agotar de inmediato. Las primeras luces del día, los primeros zombis saliendo de su letargo nocturno, me devolvieron a casa. 

Estos días de inciso en la crisis, seguramente como consecuencia de las elecciones inmediatas, me han hecho dormir dos o tres horas al día a lo sumo, siempre en el sofá. Como si tuviera un despertador incrustado en el cerebro, al poco de dormir despertaba con remordimientos de conciencia por permitirme desperdiciar el tiempo. Rehabilitaciones, reformas, sustitución de cubiertas... las subvenciones vuelven a hacerse efectivas pero el plazo de tiempo para presentar los proyectos es mínimo. 

Poder extenderme sobre la cama cuan larga soy, cada extremidad buscando uno de sus rincones, me ha recordado una película que me gustaba mucho: León el Profesional. Una niña a la que un grupo de policías corruptos mata toda su familia, se adhiere como una lapa a un asesino a sueldo, única persona que la ha tratado con dignidad hasta entonces. La niña, además de a leer, enseña al asesino qué es preocuparse por una persona y a disfrutar de los pequeños placeres que proporciona la vida, entre ellos, a dormir en una cama y no sentado en un sillón. 



Esa película, como muchas otras, hay que verla sin cuestionar la trama. ¿Cuántas películas soportarían el filtro de la realidad? Un sujeto capaz de asesinar a guardaespaldas que sólo hacen su trabajo, y, sin embargo, durante dos horas se convierte para nosotros en un héroe. En la simpleza de las películas de acción, tenemos claro quiénes son los buenos y quiénes los malos. La mayoría de los malos son simples peones de los que apenas conocemos nada: su maldad por estar al lado del enemigo de nuestro héroe. Son meras barreras que hay que derribar porque se interponen en el camino. ¿Y si la historia ahondara en la vida y monotonía de cada uno de esos sujetos que sólo son relámpagos en la trama de las películas? ¿Continuaría siendo el héroe de la película alguien digno de admiración? ¿Dónde irán todas las películas de acción actuales cuando, ante una pantalla, hayamos aprendido a cuestionarnos y juzgar todos los actos que vemos? 

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