viernes, 27 de febrero de 2015

Un día cualquiera

Mi cuñada tiene la capacidad de convertir en grandioso el más insignificante de los hechos o de quitarle importancia a la mayor de las atrocidades. Mi hermano, de transformar el hecho más sorprendente en una nimiedad. 

El sector más oscuro de la familia de mi cuñada es un grupo de primos carnales de La Rioja. Por imposición de su padre, los ve muy de tarde en tarde, sólo lo suficiente para que no olviden las facciones que tienen unos y otros. Si alguno aún no ha sido detenido por un delito menor -timo y hurto, principalmente- es porque todavía no ha cumplido la mayoría de edad. Entre ellos hay un policía local. Cuentan que cuando vinieron a conocer a mi sobrina al hospital, todos entraron en El Corte Inglés a buscar un regalo. Sólo el policía pasó por caja y sólo el policía tuvo cargo de conciencia a posteriori: por haber pagado. Tener una placa no implica  un comportamiento ejemplar siempre.

Cuando este mediodía estaban almorzando mi cuñada y sus primos en un restaurante con vistas a la playa, por la zona de Huelin, una señora en la mesa contigua a la suya se atragantó. Palabras de mi cuñada: La tía comenzó a dar golpes en la mesa y todos la miramos. Parecía un semáforo. Primero se puso blanca como la nieve, luego tan roja que parecía que se le iba a saltar la sangre de las venas de la cara y finalmente azul como un pitufo. La palma, la vieja se muere delante de nuestras narices y yo me meo del susto. (Lástima que no estuviera mi hermano para ser el contrapunto en el relato de mi cuñada). 

Por fortuna, a los miembros de los cuerpos del estado le enseñan primeros auxilios. El primo de mi cuñada le hizo la maniobra de Heimlich y, según mi cuñada,... La mujer escupió hasta el primer bocado que tomó en la comida. Se le escapó hasta la dentadura postiza, pero, pobrecita, comenzó a respirar bien. Y entonces pensamos que iba a palmarla de un telele porque temblaba y lloraba a la vez

La cosa terminó bien. La mujer se tranquilizó y su acompañante los invitó al vino que estaban tomando con la comida.

Lo primero que hice después de colgar mi cuñada el teléfono tras haberme contado con todo detalle lo ocurrido, fue meterme en Internet y aprender a hacer la maniobra de Heimlich. Quise enseñársela a Guille, pero él ya la conocía. También mis hermanos sabían hacerla, la aprendieron cuando mi padre enfermó. Se atragantaba con mucha facilidad. 

Y vosotros, ¿la conocéis? Pensad que podéis necesitarla un día cualquiera. 

7 comentarios:

  1. "Mi cuñada tiene la capacidad de convertir en grandioso el más insignificante de los hechos... "

    Se dice que las cosas les pasan sólo a quienes saben contarlas. No es mi caso.

    Sandra Suárez

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    1. Tampoco el mío. Sin embargo, a mi cuñada no paran de sucederle cosas. Algunas tan insignificantes como que un coche haya cruzado el semáforo en rojo, ella lo convierte en todo un acontecimiento -sobre todo porque tiende a, como ella dice, montar pollos: reaccionar de forma desproporcionada ante cualquier hecho-.

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    3. Salía el comentario doble (no sé por qué últimamente ocurre casi siempre)

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    4. Salía el comentario doble (no sé por qué últimamente ocurre casi siempre)

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  2. Desde luego que es de mucha importancia conocer esa maniobra. Me consta que un cuñado mio,enfermero, recurrió a ella hace unos años en un caso similar y también salvó a una señora de morir asfixiada.
    Supongo que no es válida en una obstrucción de esófago, que fue mi caso. Además, ahí no se dan los alarmantes signos de asfixia.

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    1. No, en el caso de obstrucción de esófago no es válido (una amiga, enfermera en El Rocío, en Sevilla, me contó una de esas operaciones: le echan Coca-Cola para diluir el bolo que obstruye el esófago -soy muy ingenua y tiendo a creerme todo lo que me cuentan, pero esto me parece que era verdad-).

      Desde ese día, estoy viendo vídeos de maniobras tipo reanimación. Me da miedo encontrarme ante alguien que no respira y no saber reaccionar.

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