lunes, 19 de enero de 2015

Tiempo de miedo

Se puede recordar un tiempo en el que aún no habíamos nacido. Mis hermanos cuentan tantas cosas de lo que ocurría a mi familia cuando yo aún no estaba en este mundo, que a veces me parece que sus recuerdos son los míos y que yo también viví los hechos que relatan. Estos días, por estar leyendo Anatomía de un instante, de Javier Cercas, donde se disecciona el golpe de estado que hubo en España el 23 de febrero de 1.981, pienso y obligo a otros a recordar, qué ocurrió en aquel tiempo de caos. Dice mi madre que yo fui engendrada esa madrugada, la del golpe, cuando ya se sabía que había fracasado y mi padre pudo tomarse un descanso e ir a casa para saber cómo estaban mi madre y hermanos. Creo que mi madre es bastante romántica y fantasiosa. Las cuentas no cuadran del todo. Nací el 9 (legalmente el 14) de octubre de 1.981. Me adelanté, pero sólo una semana. 

La madrugada parece el momento más propicio para que ocurran cosas. También estaba por amanecer cuando mi padre interrumpió el sueño de mi madre para decirle, entre lágrimas, que ya había ocurrido, y que dejara dormir a mis hermanos porque las clases de los escolares se habían interrumpido por el luto. Mi madre no supo inmediatamente si las lágrimas eran de tristeza, cansancio o alegría. Cuando lo vio besando la frente de todos mis hermanos dormidos (los besos es una costumbre completamente ajena a mi familia) supo que se trataba sólo de preocupación, porque Franco (el dictador) había muerto y el futuro aparecía incierto.

Mis padres conocieron al Dictador. O, al menos, estuvieron durante una hora bajo el mismo techo. Sólo el color cetrino de la piel de Franco era demasiado leve, demasiado suave, para que se confundiera con la de una tortuga. El rostro del anciano, tan falto de pelo y sobrado de arrugas y pellejo, parecía el de un reptil a punto de ser engullido por el cuello de la camisa. Ese día mi madre estaba convencida que si podía darle un buen pisotón al Dictador, con los enormes zapatos de tacón cuadrado y ancho que llevaba -era la moda- lo mandaría al otro barrio después de una leve agonía por habérsele gangrenado el pie. Lo de mi madre era eutanasia, no deseos de acabar con el Dictador, porque, como la gran mayoría de los militares, mis padres lo veneraban. Pero el Dictador, muy falto de fuerzas, apenas saludó a una representación de las damas de Loreto. A mi madre, ni se acercó. Desde ese día, y siempre que la quería hacer enfadar, mi padre la llamaba Paqui Hari (se llama Francisca). 

4 comentarios:

  1. Que recuerdos me trae. Yo vivía entonces en Bilbao y el 23-F se vivió con una tensión extrema.

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    1. El libro de Cercas me está sorprendiendo bastante porque hasta entonces yo creía que el golpe de estado se trató de un acto individual de un majadero desorganizado. Menos mal que no tuvo consecuencias.

      Imagino cómo se debió vivir en Bilbao o en Valencia, con los tanques en la calle.

      Aterra imaginar que la vida tranquila que vivimos se puede ir al traste en un momento por los deseos de alguien de imponerse a los demás.

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  2. No me imagino momentos como esos. Aunque muchas personas tenían vidas tranquilas y de la noche a la mañana todo cambia. Casos visibles como los de Egipto, Libia o Siria. Aquí en Venezuela mamá vio las ráfagas de los fusiles descargándose en el intento de golpe de estado del 92, que la dejó con una crisis nerviosa que tardó años en superar.

    Al ritmo que vamos, probablemente por aquí vuelva a pasar algo parecido. Espero que si llega a pasar, pase para bien, y de se posible que obtengamos los beneficios sin pasar por él.

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    1. Por fortuna aquí fracasó el golpe de estado. Duró menos de 24 horas. Supuestamente los militares se alzaron por el bien del pueblo, pero en realidad todos buscaban mejorar su situación y ser quienes mandaran en el país, convertirse en otro Francisco Franco (nuestro dictador durante 40 años.

      Espero que tu país mejore en breve. No es un buen deseo, es puro egoísmo porque nuestro próximo gobierno parece querer imitar en todo a vuestros presidente y gobernantes (si fuera religiosa, en este momento soltaría: Que Dios nos coja confesado).

      No es de extrañar que tu madre sufriera una crisis nerviosa. Incluso las balas de fogueo acojonan,

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