viernes, 29 de agosto de 2014

Bajo las estrellas

El calor esta noche ha sido insoportable. Una de esas noches en las que es imposible imaginar que dentro de unas semanas estaremos durmiendo arrebujados bajo el nórdico y envueltos en pijamas de franela, contentos de tener un cuerpo cerca con el que compartir el frío. 

Creo que la única persona que ha podido dormir a pierna suelta, ha sido un indigente que arrastró un colchón de gomaespuma hasta el pie de una farola en el parque que hay bajo mi azotea. Supongo que será uno de esos fantasmas de Eloy Cebrían, que teme la oscuridad. Ya dormía cuando salí a correr, y seguía durmiendo cuando regresé. Me quedé un rato junto al parque, por pura curiosidad. Quienes pasaban y lo veían, la mayor parte de ellos insomnes que volvían de juerga (se adivina por sus elegantes uniformes para ligar); daban un rodeo. 

Si hubiera estado despierto, dudo que hubiera podido percibir las estrellas porque la luz anaranjada de la farola, aunque de pocos lúmenes, debía de engullir la mayoría de ellas; pero podría haber olido los jazmines que cubren toda una pared, desde el suelo al saliente de un balcón a más de cuatro metros, con tanta abundancia y frondosidad, que las flores que se han marchitado, caen y comienzan a tapizar el suelo pocos minutos después de la marcha del barrendero. 

Soy mala, pésima, adivinando la edad de las personas; más si permanecen con los ojos cerrados. Tenía arrugas en la cara y algunas canas, así que sospecho que se acercará a la 4º década de su vida. Y llevaba una camiseta de la Universidad de Granada, lo que significa que con casi toda seguridad jamás ha puesto un pie en ese templo del saber (de las injusticias, las frustraciones y los desmadres). Pocos quieren recordar esos años de agobio.

Desperté a eso de las 9 (continúo de medio vacaciones, me tomo la vida con mucha tranquilidad) y el hombre ya había desaparecido, aunque el colchón siguió bajo la farola hasta la tarde, como si aguardara a su dueño. Cuando bajé la basura hace un rato, junto al contenedor había un sofá casi nuevo y con pinta de ser muy mullido. Tal vez hoy, el indigente, tenga un dormir mucho más cómodo que el de ayer. 

10 comentarios:

  1. Perfecta crónica de la vida, de las muchas vidas que corren paralelas a la nuestra y solo mentes sensibles perciben. Creo que yo hubiera recibido esa misma impresión de quien la ha escrito: veo, siento y necesito reproducir en un papel las sensaciones para que se incorporen al almacén de los recuerdos y oculten las infamias del presente.

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    1. Aquí es imposible no ver a toda la gente que nos rodea. En Granada hay por lo menos dos indigentes pidiendo a las puertas de cualquier supermercado. Y el gobierno dice que la crisis ha terminado (sería cómica su ceguera si no significara que no van a hacer nada con un problema que tienen ante las narices).

      Muy bonito eso que dices del almacén de los recuerdos. ¡Cómo se te nota la vena literaria!

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    2. Hablando de literatura, dentro de tres semanas saldrá al mercado la nueva novela de Javier Marías, "Así empieza lo malo". Tan larga es como interesante, según he leído a un par de críticos. Para mí, fiel alumno, resulta muy interesante recibir la previsible lección justo en el inicio de curso.

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    3. Uf, menos mal que el mundo vuelve a ponerse en movimiento. En agosto todo parece paralizarse.

      Javier Marías, sé que es un muy buen escritor, pero aún no he conseguido que me guste. Tengo media docena de libros de él a la espera de una segunda oportunidad, pero siempre me ocurre lo mismo: cualquiera me parece más apetecible.

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  2. Es curioso como en ocasiones, algún comentario evoca la memoria. En este caso, este relato de los calores nocturnos y el indigente, me ha traído a la mente algo que tenía totalmente olvidado.
    En mis tiempos en la Marina de Guerra (así decíamos entonces, que no Armada), cuando estábamos en puerto, en Cartagéna, la fragata, toda de acero, se recalentaba durante los días calurosos; calor que se concentraba en el interior. Se regaba y baldeaba para refrescar la estructura y por las noches nos permitían sacar las colchonetas y dormir en la superficie. Era divertido ver a jóvenes bulliciosos de todas partes de España, donde acomodarse para pasar la noche al relente.

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    1. Cómo le envidio. Me encantaría pasar una larga temporada en un barco. Aunque, como casi todos los deseos, seguro que si se me cumpliera terminaría lamentándolo porque me suelo marear con las turbulencias de los aviones y el vaivén de los barcos.

      Tiene que ser muy interesante dormir al raso en mitad del mar. Ahí, seguro que se ven miles y millones de estrellas.

      En el patio de la casa de mi abuela había un banco de piedra con forma de cama. Muchas veces le pedí que me dejara dormir allí, pero siempre se negaba. Me contaba que una de sus mejores amigas de la infancia murió cuando dormía con toda su familia bajo una higuera. Era verano, habían sacado al patio las camas metálicas para dormir más frescos. Las pusieron alrededor de una higuera. Hubo una tormenta seca y un rayo se cargó a la higuera y a toda la familia (no sé cómo no salí traumatizada con las cosas que me contaba mi abuela). Supongo que los barcos tendrán todos pararrayos.

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    2. Higuera... mi madre me habló sobre un árbol al que le cayó un árbol. Era apenas una niña y una tormenta llena de rayos, centellas y amenazas de inundarlo todo cubría todo el cielo visible. Como niña, inconsciente del peligro, simplemente siguió su camino a casa a través de la montaña, mientras una familia se acobijó debajo de un árbol, con un suceso y una consecuencia similar al acontecimiento narrado de tu parte. No me atrevo a creerle, tampoco a desmentirle. pues las probabilidades de que te caigan un rayo, son las mismas que sobrevivirle.

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    3. Deberías creerla: el campo está lleno de árboles renegridos o tocones que los lugareños señalan recordando tormentas memorables.

      Ojalá lloviera algo por aquí: ni una gota desde principio de verano. Qué tedio de tiempo.

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  3. No se, por algo nunca me gustó cobijarme debajo de una higuera (y me encanyan sus frutos). Tampoco me resulta grata su sombra. Será cierto eso de la "mala sombra". No es lo mismo la de una higuera, que la de una encina o un pino, por ejemplo. Quizá influyan algunas emanaciones.
    Bueno, dormir al raso en el barco, era dentro del arsenal de Cartagéna, en las noches calurosas. Pero sí, en alta mar solían doblarse las guardias y a los que nos tocaban 4 horas de noche en la superficie, contemplábamos en ocasiones la belleza de un cielo estrellado. Otras veces la tempestad, el rugido de las olas y la oscuridad (todas las luces se apagaban nada mas salir, para evitar ser detectados. Eso solo cuando íbamos jugando a la guerra), imponían cierto respeto. Pero dice la Filosofía que no solo es belleza lo que place, sino también lo que impresiona e impacta. Yo creo que si. Con la vitalidad y agilidad de la juventud, superábamos todas las adversidades. Éramos auténticos gatos trepando escalas rectas.

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    1. Lo que no me gusta de las higueras es que suelen dar cobijo a unos gusanos minúsculos, pequeñines, blancos, que desciende por un hilo, parecido al de una araña, como si fueran Tom Cruise en Misión Imposible, hasta posarse en la cabeza de alguien (supongo que con el único propósito de que le sirva de trasporte).

      Tiene que ser increíble una tormenta en mitad del mar (si se puede resistir el mareo, por supuesto). Y más si es de noche.

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