sábado, 31 de agosto de 2013

El principio del fin

Hoy es el día del traqueo de las ruedas de maletas sobre las irregularidades de la acera, de despedidas y de reencuentros. El que sea domingo permite una pequeña transición para acostumbrarse a la monotonía del trabajo, al tedio de no ser dueña del propio tiempo. Sólo han sido unos pocos días pero el cambio de actividad, el no hacer siempre lo mismo, el no estar siempre bajo el mismo cielo, viendo los mismos rostros, ha falseado la sensación de haber dejado lo habitual durante tan escaso tiempo. 

Lo más significativo de este verano ha dejado señales en mi cuerpo: mi trasero está blanqueado como el muslo de una monja de clausura (esta comparación se la he robado al Sr. Sap) en contraste con la piel atezada y mis pies están solados por callos. (Espero que cada uno utilice su imaginación para ahorrarme una fotografía vergonzante y otra antiestética).

Por un momento he estado tentada a dedicar mi primera entrada a describir qué he hecho y cómo me lo he pasado, pero sería una entrada demasiado parecida a las redacciones que nos exigían hacer en el colegio los primeros días después de la vuelta del verano. Las mías casi siempre empezaban igual: Me ha habituado a nuestra nueva casa... El final del verano, como el principio, siempre me devuelve recuerdos muy intensos del colegio, del internado. 

El invierno se acerca. De momento sólo se insinúa: en el espejo del baño que comienza a empeñarse cuando me ducho (en verano, por el calor, nunca se condensa el vapor), en las luces de las ventanas de los edificios que me rodean, ahora ya muchas iluminadas; en las tiendas que vuelven a estar abiertas; en las sábanas de la cama, que por la mañana aún continúan cubriéndome y no caídas en el suelo; en la disminución del placer del primer sorbo de agua helada después de correr... Dentro de pocas semanas, un día cualquiera, sin apenas transición, porque aquí sólo parecen existir dos estaciones, llegará el frío y las odiadas navidades se anticiparan en los comercios, año nuevo, semana santa... y vuelta a empezar.

domingo, 18 de agosto de 2013

La insoportable levedad del verano


Ya casi tengo hechas las maletas, sin cabida para el ordenador. Añoro la libertad que tenía hace unos años, cuando en el armario de la entrada de la casa descansaba una mochila a la espera de ser utilizada, con un par de mudas de ropa interior, dos camisetas, una falda de esas que no se arrugan y unos vaqueros, siempre dispuesta y preparada para ir donde me llevaran. 

No seáis muy activos en vuestros respectivos blogs, que luego me cuesta ponerme al día. 

Volveré en septiembre (deberíamos celebrar en septiembre una fiesta semejante a la de año nuevo). 

sábado, 17 de agosto de 2013

La de vueltas que da la vida

Creo que siempre he tenido bastante buena suerte con la gente que he ido encontrando a lo largo de la vida. Familia, amigos, compañeros de clase, compañeros de trabajo, vecinos, conocidos... todos, aunque entre ellos hay incluso un narcotraficante, se pueden calificar de buena gente. Por supuesto que algunos me han hecho daño, y yo he hecho daño a muchos, pero siempre involuntariamente y porque a veces, tomar una decisión en la vida implica fastidiar a alguien. (Ejemplo: cuando decidí irme a Barcelona, mi madre se sintió abandonada, aunque ya no vivíamos juntas). También están las personas con las que no me llevo bien o les soy antipática; eso sólo es incompatibilidad de caracteres, no nos convierte en malas personas. 

Se puede considerar que por regla general la gente es buena; pero en toda regla existe una excepción, porque si no sería un axioma. Mi excepción se llama Antonio M.P. Fue un compañero de carrera y de trabajo. Su misoginia le llevó a exigir al jefe que teníamos en común que nos echara a una aparejadora y a mí del trabajo si quería continuar disfrutando de sus servicios. El jefe lo invitó a irse. 

Cuando volví a Granada, sin buscarlo, me fui enterando del periplo de este sujeto: Antonio está trabajando el Ayuntamiento de Jaén, han echado a Antonio del Ayuntamiento de Jaén, Antonio ha abierto un estudio en su pueblo, Antonio ha cerrado el estudio... 

Esta mañana, repasando el correo electrónico, he encontrado un e-mail de mi antiguo compañero. Solicitaba trabajo. El correo venía acompañado por un currículum vítae inflado como un buñuelo. He estado tentada a responderle con un reproche por lo que intentó hacernos a la aparejadora y a mí (más a ella, que llevaba trabajando diez años con el arquitecto y tenía cargas familiares). Al final he optado por contestarle con una carta tipo: Estimado compañero, lamento informarte que en estos momentos nuestra plantilla está al completo... (mis dedos se saben de memoria esta carta, de las veces que la he escrito en los últimos meses). 

¿Quién sabe? Puede que una nefasta casualidad nos haga coincidir en el futuro.

viernes, 16 de agosto de 2013

¡Al diablo con todo!!!

Pesa 2.000 Kg y ocupa 1.45 m². Es un armatoste tremendo que llegará el lunes por la mañana. Montones de cosas pueden salir mal: que se averíe el camión que lo trae desde el norte, que el tráfico haga que llegue muy tarde, que sea de dimensiones muy diferentes a las que nos informaron y haya que modificar todos los cálculos, que la grúa que lo tiene que colocar no tenga la suficiente resistencia... 

Guille ya está en Toledo, viendo a un amigo. El martes, de madrugada, nos encontraremos en Madrid. Martes por la mañana, paseo, compras, algún museo si no hay muchas colas; por la noche, el musical El Rey León. El miércoles, cuando la pereza nos lo permita, salir para San Sebastián, escapando del calor del sur. Nada de prisas y sin ruta fija. En San Sebastián, paseos, excursiones, nada planeado; tapeo, nos aconsejan quienes conocen bien la ciudad. El día 25, vuelta a casa, a Barcelona. Un día reservado para la limpieza, otro para el papeleo que tenemos pendiente. Entrar en el piso de nuevo será todo un acontecimiento, como cuando Neil Armstrong pisó la luna (tal vez tenga que buscarme una frase memorable...). El 31, vuelta al sur. 



Hace unos momentos estaba seleccionando las entradas del musical, el billete del ave Málaga-Madrid, el vuelo de vuelta... Me ha costado mucho darle al botón de validar las reservas porque soy de naturaleza pesimista e intuyo que algo irá mal; aunque me deprimiría más por que se rompieran los planes hechos que por quedarme sin vacaciones.

jueves, 15 de agosto de 2013

La resistencia de los materiales

Ayer vi en compañía de Guille (él aún en Barcelona, yo aún en Granada) una película muy divertida de humor con coreografías alucinantes: The Raid. (Redada asesina, en español). 

Trata del asalto, por un grupo de policías, de un edificio tomado por la mafia indonesia. La redada es una trampa orquestada por los altos cargos de la policía corrupta y los agentes se encuentran atrapados y sin posibilidad de conseguir ayuda externa. 

La película comienza con la escena de hombre joven arrodillado sobre una alfombra y rezando. El mismo hombre haciendo ejercicio, el mismo hombre rezando de nuevo, haciendo ejercicio... besando a una mujer embarazada... Mi mente, adiestra por el cine norteamericano, me hizo pensar de inmediato que este personaje era el malo de la película. En realidad es el héroe.


(Es bastante cómica la última escena del tráiler, donde la cabeza de uno de los malos es utilizada como un balón y golpeada una y otra vez contra la pared. Asombra la poca resistencia de las losetas, que se desmenuzan con los golpes -o la dureza del cabezón del sujeto-).

En cuanto la policía llega al edificio, comienzan a caer uno a uno como garrapatas bajo el zapato de una folclórica, hasta quedar... (bueno, este detalle lo dejo por si alguien, a pesar de mis comentarios, quiere ver la película).


Una de las coreografías preciosistas de la película, a partir del minuto 3:40, donde dos hermanos -el héroe, poli, y el paisano, atrapado voluntariamente en el mundo de la mafia - se enfrentan a la vez contra uno de los más malos del filme. Hay que agradecer que por una vez los bueno no sean los que se enfrentan con desventaja a los malos y encima ganen. En esta ocasión, aunque el malo, como es preceptivo en toda trama de ficción, pierde; se enfrenta con mucha dureza a dos oponentes. 

¿De qué material estarán hechos en Indonesia los fluorescentes que son capaces de rebanarle el cuello a un tío como si fuera mantequilla?

Una peli sólo apta para sádicos... que la disfrutéis.

miércoles, 14 de agosto de 2013

No es lo mismo

El calor me aletarga, aletarga a toda la ciudad. Los comercios que no han cerrado por vacaciones están casi vacíos y bajo mínimos en personal. Muchas de las vacaciones de las empresas son forzosas: resulta más rentable cerrar y ahorrar en electricidad, agua y personal, que atender a los pocos clientes que no han podido escapar de una ciudad que parece diseñada expresamente para la primavera, el otoño o un invierno benigno.

Estos días que no tengo apenas obligaciones -hasta el lunes que traigan el transformador gigantesco del edificio del Campus de la Salud y entonces yo también podré escapar- vivo casi de noche para que no parezca que he sido picada por la mosca tse-tse, por culpa de la modorra que produce el calor. Cuando me acuesto pasadas las seis de la noche, mi intención es levantarme después de las diez, pero casi siempre es imposible. El tráfico comienza a desperezarse a las siete (algún vehículo especialmente ruidoso me despierta, pero de inmediato vuelvo a dormirme), a las ocho y poco el limpiador de los soportales de enfrente pone en funcionamiento la pulidora de mármol (me saca del sueño durante diez minutos)... las broncas de las señora de enfrente con su voz de pito -no tiene horario fijo-, alguna ambulancia... el vendedor de melones: Tres melones, cinco euros. Melones piel de sapo. Tres melones, cinco euros. Acérquense a la furgoneta parroquianas. Tres melones, cinco euros. Dulces, dulces dulces. De la Mancha, los mejores melones del mundo. Tres melones, cinco euros... Pregona sin cesar desde una furgoneta que parece tener querencia por la plazoleta que hay bajo mi ventana.


Cuando está Guille, el vendedor ambulante de los melones nos hace desternillar de risa y hasta que se acuerda lo imita llamándome parroquiana. Los ruidos menos estridentes sólo me despiertan a mí, pero pego la cabeza a su espalda y vuelvo a dormirme de inmediato, sin tregua para el enfado. Ahora es diferente. Meto la cabeza bajo la almohada y durante un rato sólo la pereza permite que mis instintos sádicos no escapen de mi imaginación. Pienso en hacer lo que mi vecina de abajo, cuando en la plazoleta se reúne un grupo ruidoso de adolescentes por la noche: los bombardea con cubitos de hielo, hasta que los echa (arma muy efectiva que no dejará evidencias si descalabra a alguno). 

Hoy he comprado sandia. La he troceado, como hace Guille. Pero no es lo mismo porque no ha existido el efecto sorpresa, la sensación de recibir un regalo al tener de forma inesperada un plato de fruta junto a mi mesa de trabajo. Sin Guille, nada es lo mismo. 

martes, 13 de agosto de 2013

La cápsula del tiempo

Una o dos veces al año voy a casa de mi madre para limpiar los libros que pertenecieron a mi padre y ahora ocupan estanterías y estanterías en el dormitorio que ella aún me reserva, por si en algún momento siento la necesidad de escapar de donde esté, para que tenga algún lugar a donde ir (también tiene reservados dormitorios para mis hermanos). Limpiar los libros, más que una obligación tediosa, es una invitación a la sorpresa. Siempre encuentro algún tomo que había olvidado que tenía o que la adquisición de nuevos conocimientos ha convertido en algo muy apreciado. 

Soy capaz de reconocer los libros que mi padre leyó sólo por el olor. Sus páginas aún están impregnadas del hedor del tabaco, a pesar de los 25 años transcurridos. Para verificarlo miro en la primera página, en el esquina superior derecha, donde tenía la costumbre de apuntar con lápiz la fecha de inicio y de final de la lectura. He heredado esa costumbre. A veces echo injusta carreras con él o me compunjo al darme cuenta que  libros con los que he disfrutado mucho, él no tuvo tiempo para leerlos. 

Mi padre solía guardar cosas entre las páginas de los libros: recortes de periódico que se desquebrajan al tocarlos; semillas de plantas escondidas en la hoja cuadriculada de un cuaderno, doblada como si fuera un sobre; flores, que la presión y el tiempo han convertido en algo inorgánico y reseco... 

Ayer seleccioné para una próxima lectura José y sus Hermanos de Thomas Mann, otro de los libros que él no tuvo tiempo para disfrutar. Prensadas entre sus páginas encontré unas ramitas verdes con flores blancas. Mi madre lo vio. Recordó que habían pertenecido a su ramo de novia: rosas color champán y una nubecilla de esas flores blancas que nunca supo cómo se llaman. El recuerdo de mi padre aún le llena los ojos de lágrimas.

lunes, 12 de agosto de 2013

La sombra alargada de la estulticia

Cuando terminé la carrera hice todos los cursos que me podía permitir por tiempo y dinero. Uno de ellos fue La economía en la construcción. Tenía un temario muy amplio, desde mediciones y presupuestos a macroeconomía. El profesor tenía la teoría de que la macroeconomía es como un animal que se regula de forma automática, y a pesar de las economías particulares de los países, para seguir vivo (algo parecido a la hipótesis de Gaía para la tierra). Un ejemplo: si los sueldos son demasiados altos, las empresas dejan de ser rentables, tienen que realizar despidos, producen menos, la gente consume menos porque están en paro y los sueldos bajan de forma automática porque hay quien está dispuesto a cobrar menos por trabajar lo mismo. Los trabajadores, aunque cobren menos, pueden permitirse gastar más por no estar en paro y las empresas vuelven a ser rentables. 

Pero en la actualidad la economía, al menos en España, parece estar herida de muerte por culpa de las hipotecas. Miles de millones de euros que han servido únicamente para lucrar a los bancos, sin producir ningún bien, sin servir de colchón a quienes de repente se han encontrado en el paro, perdido la casa y perdido los ahorros de años y años de trabajo. Y la situación la empeora la manada de zoquetes insensibles que legítimamente (de momento no es delito que se llegue al poder por medio de mentiras e incumpliendo del programa electoral) nos gobierna. Si el portavoz adjunto del PP, Rafael Hernando, un señor con tal pinta de pijo que se le sospecha el tatuaje del logotipo de Lacoste sobre el pezón izquierdo y cuyo gasto en gomina diario parece triplicar las ayudas por desempleo mensuales, es capaz de asegurar que la malnutrición de los niños es culpa de los padres, ¿cómo podemos tener la esperanza de que alguien así nos saque de la crisis? 



Da la sensación de que todos estos altos cargos del PP están demasiado ocupados sacudiéndose el lodo de las solapas con el que los ha manchado Bárcenas, para ver a las personas que piden limosna en la calle. Supongo que ninguno de ellos habrá tenido que darle 10 euros a un compañero de carrera para que le compre leche a la hija, ni estará echando currículos a empresas del extranjero. Están demasiados aislados en sus burbujas de seguridad para saber qué ocurre fuera, a pocos metros de ellos; pero, son políticos, se les supone un mínimo de inteligencia: ¿es que no pueden comprender las consecuencias de un 26.3% de paro? 

sábado, 10 de agosto de 2013

El azar y la culpa

En la actualidad estoy leyendo Las probabilidades y la vida de Émile Borel. En este libro se afirma que existen probabilidades tan complicadas de cumplirse que se pueden considerar como inexistentes. Un ejemplo: que un ejercito de monos tecleando sin cesar durante día y noche y durante toda su existencia, consiguieran, por azar, reproducir la obra completa de Goethe. 

Es interesante el cálculo de las probabilidades. Se debería tenerse más en cuenta. ¿Cuánto nos cuesta a los contribuyentes mantener el entramado de semáforos en las ciudades? Si no existieran, ¿cuál sería el coste de atropellos y choques entre coches? Tenemos asumido que los semáforos son un sistema de seguridad imprescindible, no sólo para regular el tráfico, principalmente para impedir accidentes, cuya probabilidad sería muy alta sin su existencia. No se suele pedir que se quiten semáforos, al contrario, los ciudadanos piden que pongan en aquellos lugares donde ha habido algún atropello mortal. 

¿Qué probabilidades hay de que un tren descarrile en el tramo más peligroso de una vía? Existen demasiadas variables -imposibles de conseguir en Internet- para dar un resultado ni siquiera aproximado. La que haría disminuir bastante las probabilidades es que la red estuviera protegida por una baliza que regulara la velocidad máxima del tren al paso por ese tramo peligroso. La carencia de ese sistema de seguridad es obligar a los usuarios del ferrocarril a jugar a la ruleta rusa. Ahora culpan del accidente del alta velocidad siniestrado en Santiago a una llamada telefónica del interventor al maquinista. Prometen poner teléfonos inalámbricos en las máquinas y endurecer las pruebas de acceso a los maquinistas. ¿No deberían endurecer también las pruebas de acceso a altos cargos de RENFE? Lo único que parecen hacer muy bien es soslayar el auténtico problema (¿pero cuánto cuestan las balizas de frenado automático y su mantenimiento?) y buscar cabezas de turco. 

viernes, 9 de agosto de 2013

Las máscaras de la verdad

Hacía siglos que no entraba en el chat de hablar por hablar. Hoy lo he hecho por primera vez después de más de un año y me parece increíble que durante un tiempo fuera lo primero que quisiera hacer en cuanto volvía del trabajo y que me tirara dos, tres e incluso cuatro horas, todo mi tiempo de libertad, chateando con desconocidos. Me sentía sola. Acababa de llegar a Barcelona, mi casa -la casa de mi madre en realidad, en la que no vivía desde que acabé el instituto- quedaba a más de mil kilómetros de distancia, y aunque en Barcelona siempre vivió mi abuela paterna, no tenía apenas relación con ella -no la suficiente para visitarla cada vez que sentía la necesidad de hablar con alguien-. El chat sólo era un sucedáneo de las relaciones humanas. Servía para mantener conversaciones -a veces entretenidas, por lo general fútiles-, para aprender cosas, para que te dieran a conocer músicas que de otra forma jamás habrías escuchado.. y también servía para enfadarse con unos sujetos extraños a los que calificábamos de tocapelotas, y a los que han terminado llamando trolls. Por lo general eran de dos tipos: los que hacían flood (inundaban la pantalla con emoticones impidiendo una conversación fluida) y los que intentaban herir la sensibilidad de algunos haciendo apología de la pederastia o el terrorismo. El tiempo los ha vuelto insignificantes y patéticos.


Ahora el chat de hablar por hablar ha sido tomado por completo por los trolls, como si fueran una manada de zombis que han acabado con la vida inteligente en esa parcela del ciberespacio. 

Mientras escribo esto, escucho un concierto de Wim Mertens que he encontrado en youtube. La música es como un alucinógeno que me hace sentir muy bien. Supongo que por el contraste entre algo tan positivo (el concierto, la música, la ternura que me hace sentir la voz de Wim Mertens estropeando su propia composición, el sudor que empapa el pelo de uno de los violinistas...) con algo tan negativo (personas que desperdician horas y hora de su tiempo con el único fin de molestar) me hace imposible, aunque suelo sentir empatía con casi todas las personas, comprender qué los mueve a un comportamiento tan extraño.


miércoles, 7 de agosto de 2013

El Anticristo

No hay herejía ni filosofía tan odiosa para la Iglesia como el ser humano
James Joyce

Me bautizaron sin solicitar mi consentimiento. Hice la primera comunión con la docilidad de quien piensa que no tiene otra salida pero sin sentir un ápice de fe (en realidad ya tenía la firme convicción de que Dios sólo existe en la mente de los hombres) y me casé por la Iglesia para complacer a mi suegra y mi madre (sólo fue una transacción económica: alquiler de párroco y templo a cambio de un par de miles euros, adornos florales y coro aparte). Si estaba en el internado, todos los miércoles debía ir a misa; si el fin de semana me quedaba en el colegio, los sábados por la tarde o domingos por la mañana también debía ir a misa. Toda mi vida ha estado en mayor o menor medida impregnada por la Iglesia católica. Incluso la sociedad en la que vivimos, supuestamente laica, está subyugada por costumbres provenientes de la doctrina católica que ya, por fortuna, no crean jurisprudencia, pero sí son razón de bastantes amarguras y castigos mentales (embarazos fuera del matrimonio, divorcios, homosexualidad...). Por todo ello creo que tengo derecho a dar mi opinión sobre el nuevo Papa. Siento admiración por él, por ser tan adicto a la pobreza y al cristianismo y parecer bastante proclive a no entrometerse en lo que ocurre en las camas ajenas (¿Quién soy yo para juzgar a los gais?). Esperemos que consiga acabar con la adoración del Vellocino de Oro (basta ver cualquier imagen de las procesiones andaluzas, cubiertas en terciopelos, joyas y bordados, para comprender a qué me refiero). 


Es a quien necesitamos en este momento, aunque sea como cabeza de una institución religiosa: alguien con las ideas claras y dispuesto a luchar por quienes más lo necesitan. Esperemos que dure y no pase a la historia como Paco el Breve, algo que teme más de uno, convencidos de que siempre consigue hacer su voluntad quien más poder tiene, aunque para ello deba crear un mártir.

martes, 6 de agosto de 2013

La zona muerta

La Madre Naturaleza es una asesina en serie. Nadie la supera. Y es la más creativa. Pero como todo asesino en serie, siente el irrefrenable deseo de que la atrapen.

Personaje doctor en Guerra Mundial Z


El calor me aletarga; es como si el cerebro se dilatara y las neuronas no hicieran un buen contacto. A veces al mediodía estoy ante el ordenador y los ojos se cierran; lo que creo un solo pestañeo consume diez o quince minutos. El domingo el tiempo avanzaba pero no mi trabajo y, aunque había decidido no parar hasta terminar todo lo que tenía pendiente para poder tomarme unos días de descanso real (sin ningún lastre que me provocara remordimientos de conciencia) creí imprescindible permitirme un respiro. Fui al cine con una de las aparejadoras del edificio que estamos haciendo en el Campus de la Salud. La película escogida, creo que inevitable (teniendo en cuenta dónde nos encontramos y las posibilidades que existen de ver buen cine en Granada y en pleno verano): Guerra Mundial Z. Sólo es otra película de zombis. Ambas fuimos sin saber de qué iba, atraídas por Brad Pitt y por permanecer un par de horas en un recinto con 5 grados por debajo de lo que se considera confortable. La película es entretenida,  con 2/3 de metraje al principio que parecen fuegos artificiales y 1/3 al final semejante al sosiego pasajero que queda después de vomitar. Tiene de original que por una vez en estas películas las autoridades no han sido exterminadas por completo por los no muertos. Pero del ¿qué hará el gobierno? se pasa de inmediato a la trama del superhéroe en solitario acompañado por personajes secundarios efímeros sin apenas entidad. Es original también el movimiento de los zombis cuando van en masa: recuerda a ratos las corrientes de agua de una inundación y otras veces una marabunta de hormigas. La agilitad de los zombis cuando están solos es demasiada parecida a la que muestran los vampiros de la saga Crepúsculo, tanto que si los efectos especiales tuvieran copyright los zombis podrían ser denunciados por plagio. 


Al menos pasamos un rato entretenidas y la película no ocupará durante mucho tiempo espacio en nuestras mentes porque será fácil olvidarla; y si no lo hemos hecho ya es porque ambas, la aparejadora y yo, nos dimos cuenta que ésta es la película que evidencia el inicio del ocaso de la belleza física de Brad Pitt. En algunas escenas -supongo que en parte por culpa de la mala iluminación- el rostro del actor es raro: su piel parece tersa en las partes que tiene el sustento de la calavera, pero alrededor de los ojos, coincidente con las cuencas, arrugada. Ya no es el chico malo que enseñaba el trasero en Thelma y Luoise.  

Tórrido

La lluvia breve, salvaje y torrencial de la madrugada del jueves pasado no formó charcos ni refrescó el ambiente, sólo dejó manchas de barro en el suelo, como cráteres lunares sobre la superficie roja de los baldosines catalanes con los que está solada parte de la azotea. Ha pasado casi una semana y por fin, después de intensos días de trabajo, he podido regarla, haciendo que desaparezca los rastros del polvo del desierto que las corrientes del aire del sur arrastran desde tan lejos, corrientes de aire tan calientes que incluso con la mayor de las inactividades la piel se cubre de una capa de sudor pegajoso y denso. La lluvia duró unos cinco minutos y se evaporó en dos, convirtiendo el suelo en un radiador. La lluvia caída, la lluvia evaporada y el sudor me empaparon la ropa, y el viento la secó mientras corría de vuelta a casa a la vez que me lijaba las piernas y los brazos desnudos porque estaba cargado de partículas de polvo. Cuando salí de casa el viento apenas era una brisa, cuando volví, una hora y media después, era tan fuerte que parecía capaz de despedazar el toldo del balcón de los vecinos. La negligencia de dejar medio abierta una de las puertas de la azotea se cobró factura: el suelo estaba alfombrado con los documentos de un par de expedientes y todos los muebles cubiertos con una capa terrosa y homogénea que se detectaba al pasar los dedos sobre ellos. 

 Guille clasifica las relaciones sexuales en: hacer el amor, copular o fornicar, dependiendo de la información sonora que se les proporcione a un tercero involuntariamente (ninguna, alguna o mucha). Falsamente parapetados en el estruendo del viento del jueves, una pareja, a eso de las seis y media de la madrugada, mantuvieron relaciones sexuales. No fui capaz de ubicarla en la clasificación de Guille. Los golpes de las persianas, la agitación de las copas de los arboles, el ulular del viento entre los edificios... no amortiguaron los ambiguos quejidos de dolor-placer de la mujer. Temí escuchar una llamada de auxilio al final de cada lamento; se amansó el viento y se hizo el silencio. Los dos días siguientes busqué en el periódico local, en las páginas de sucesos, algún hecho que explicara los gemidos; por fortuna no lo hallé. 

jueves, 1 de agosto de 2013

Money, money, money...

Algún dinero evita las preocupaciones; mucho las atrae.
Confucio


Hoy he sido millonaria durante un minuto (si es que a tener 650.000 € se le puede llamar ser millonaria). 

Mi cuñada tiene la capacidad de derrochar todo lo que sea consumible sobre todo el dinero. Es caprichosa y compra cualquier cosa que aparezca ante ella. Tiene la casa llena de chuminaícas (palabro granadino) adquiridas en los bazares chinos. Los cajones de su casa son como esas cajas sorpresa de las que sale disparado un payaso cuando se las destapa: los cajones están tan ahítos de objetos que cuando se abren salta su contenido porque todo está metido a presión. Para hacerla feliz sólo hay que llevarla de excursión a IKEA y dejarla que cargue un carro con cuanto le apetezca. Es completamente diferente a mi sobrina, que a sus 12 años parece haber aprendido de los errores de la madre. Ella es capaz de esperar durante meses para comprarse en las rebajas un pantalón o una falda que le guste, y todo el dinero que consigue es para pagarse cursillos o excursiones. La semana pasada mi cuñada estuvo por aquí y cuando fuimos a comprar la prensa quiso que jugáramos a la bonoloto. Cuatro euros en un papelito lleno de números. Como el hombre (y las mujeres) somos animales de costumbres, hoy fui al mismo establecimiento a comprar de nuevo la prensa y le pedí a la dependienta que comprobara si tenía algún premio la bonoloto. De repente la mujer comenzó a dar saltitos y le llevó el boleto a su compañera mientras decía: Tenemos que llamar al Ideal. Esto tiene que salir en primera página. Qué burrada, ¿qué vas a hacer con 650.000 euros?... Antes de que la cosa se complicara, la compañera se dio cuenta, lo que había salido en la pantalla era: 1 premio 4ª categoría. No se puede cobrar aún. En realidad sólo nos han tocado 39 euros (a dividir entre dos).

Mientras volvía a casa pensaba en qué me hubiera gustado comprar si nos hubiera tocado de verdad, y lo único que se me ocurrió era en que con ese dinero nos sería mucho más fácil poder adoptar un niño. Pero esa necesidad aún tengo la esperanza que sea la naturaleza la que la cubra.