lunes, 27 de mayo de 2013

La oveja negra

Mi familia siempre ha estado del lado de la ley. Mis hermanos y yo teníamos muy mala fama cuando éramos adolescentes, pero jamás estuvimos ante un juez (descontado un error que cometieron con mi hermano menor). Ayer mismo me enteré que no siempre fue así. A una de mis bisabuela estuvieron a punto de encerrarla por intento de homicidio a dos hombres. Doña Francisca Caballero, el doña no se lo apea nadie de los que la conocieron, al parecer era una mujer de armas tomar (en este caso el arma era la llave del portalón de un cortijo).



Al único hermano de mi bisabuela le gustaba bastante el juego. Y no hay peor jugador -al menos para la fortuna propia- que el que tiene mala suerte, como le ocurría a él. Al poco tiempo de morir su padre, se quedó sin un duro (o céntimo, o peseta, que no sé cómo se diría en 1940 y algo). Como en aquella época la mujer apenas tenía derechos, consideró que lo que había heredado su hermana, también le correspondía a él. Y comenzó a emitir vales por cosas que había en el cortijo: vale por una cabra de cinco años, vale por dos gallinas, vale por la burra llamada Breva Blanca. Incluso había un conejo llamado Chuky, cuando El muñeco diabólico aún no era ni un engendro de película. Una mañana se presentaron dos sujetos solicitando las gallinas que les debía mi tío-bisabuelo. Se les explicó que su compañero a los naipes no tenía ningún derecho sobre aquellas pertenencias. Se fueron, pero a la hora de la siesta, cuando todos dormían, saltaron la tapia y se metieron en el gallinero para coger lo que consideraban, les pertenecía. El ladrido de los perros alertó a mi bisabuela. Sé que tenía un arma: una escopeta de dos cañones, porque cuando alguna noche escuchaba ruidos raros en el cortijo, disparaba dos tiros al aire para alertar a la pareja de la guardia civil -a la que tenía comprada con huevos, queso y gallinas- para que dieran una vuelta por los alrededores. Por fortuna, por el bien de los jugadores, mi bisabuela salió de la casa sólo con la llave del portón de la tapia que perimetraba los edificios que componían el cortijo. La llave debía de ser descomunal porque a uno de los hombres le lesionó el hombro y a otro le abrió la cabeza. El del golpe en la cabeza estuvo bastante mal. A punto de irse al otro barrio. Mientras Dios decidía entre llevárselo o no, mi bisabuela estuvo encerrada. Por fortuna, o porque agotó la paciencia de quienes la tenían encarcelada, la echaron al cabo de pocos días, en cuanto el ladrón estuvo fuera de peligro.

2 comentarios:

  1. Otra interesante historia. En este caso no de la entrañable abuela, sino de una bisabuela de "llaves" tomar. Pero en aquellos tiempos eran necesarías mucha mujeres con esas "agallas"

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    1. Jajaja bien pillado lo de "llaves" tomar. La verdad es que yo siempre pensé que toda mi familia era del tipo pacifista-tranquila. Supongo que la pilló en un momento de ofuscación. Una vida por un par de gallinas, no está muy compensado.

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