miércoles, 4 de febrero de 2015

Mi vida sin mí

Nieva. A lo largo de la tarde hemos tenido todo un repertorio de formas de nevar. Comenzó con minúsculas motitas desperdigadas que caían con pereza; le siguió una ventisca capaz de convertir en horizontal la trayectoria de los copos; en cuanto el viento se apaciguó, los copos se transformaron en cuajarones que se apresuraban en caer; luego se despejó, pero siguió nevando, insignificantes puntitos danzantes. Hubo una tregua y ahora vuelve a nevar, con más contundencia. Al contraluz de las farolas, los copos dibujan pequeñas estelas en su recorrido. Parecen espermatozoides presurosos por encontrar el óvulo. Ahora la nieve sí blanquea las superficies.

Foto robada de la fotogalería de Ideal

Miro golosa por la ventana. Guille dice rotundo: No. Lee mi pensamiento. Quiero ir hasta el río (son sólo 150 metros, 167 pasos -mis pasos abarcan 90 cm, con las muletas serían 500 pasos-). Desde el río el horizonte está limpio y la perspectiva es amplia. Hago un mohín y Guille insiste: No, aunque empieza a ceder. Promete sacar fotografías cuando baje la basura. Si no estuviera fastidiada con la pierna, ahora estaría paseando por los bosques de la Alhambra, con la capucha del chubasquero puesta. Los árboles son tan grandes y sus ramas se extienden tan lejos que en algunos tramos del ancho camino es como pasear dentro de un túnel. Y la nieve, al derretirse, gotea. La bajante del canalón de la cubierta evacua un regato que arrastra la poca nieve que comienza a esconder las losetas rojas de la azotea en su camino hacia el sumidero. 

Guille inventa la necesidad de una barra de pan para la cena para salir a pasear bajo la nieve. Seguro que vuelve con un relato detallado del paisaje del Paseo de la Bomba o los árboles de la calle Alhamar. Estos últimos días es como si la vida pasara a mi alrededor sin intervenir yo en ella. El domingo por la tarde Guille y mi aparejadora aprovecharon las entradas que habíamos sacado para ver La Teoría del Todo. Obtuve un relato sucinto de las dos horas y pico de la película. Guille la quería ver para encontrar una explicación de la supervivencia del científico. Supongo que mi aparejadora, para librarse durante un rato del asfixiante abrazo de su madre. Yo sí la habría disfrutado.

Es aburrido tener que contemplar el mundo desde una ventana. 

2 comentarios:

  1. Si es aburrido o no, contemplar el mundo desde una ventana, pues depende. Desde la ventana de la oficina, el mundo contemplado es de lo más variopinto, y tan entretenido que supera la televisión: dos viejitos caminando a ver quien llega primero sin darle un infarto; un bus que destroza un carro; gente protestando porque aun no recogen la basura; la cola de carros al mediodía por la salida de clases... Soy testigo de eso cada media hora, al salir a tomar un vaso de agua, para estirar las piernas dejar la computadora, y espiar en la cocina a ver si hicieron café.

    Para mi nevar es algo de ensueño, demasiado lejano. Lo más cerca que estuve de ver nevar, fue un 3 Grados Celsius que alcanzó mi aldea en china, el ríachuelo formó unas cristalillos, pero no pasó de ahí. Quisiera algún día sentir pisar la nieve, ver las huellas que dejo en ella, dejarme caer sobre ella y hacer angelitos. Podrías hacer tú eso por mí, y decirme cómo se siente?

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    1. Pues desde mi ventana es todo aburrimiento. Alguna pelea de borrachos por las noches, nada más. Menos mal que hoy me "han levantado el castigo" y ya sí puedo moverme. Me han quitado la venda aparatosa y puesto una cédula más cómoda. Ni siquiera necesito las muletas para moverme. (Me estaba volviendo loca encerrada en casa).

      Ya no hay nieve. Esta mañana llovía desde los tejados al derretirse. La poca que se había acumulado en los coches, la cogían los niños (y adultos) camino del colegio para tirarse bolas unos a otros.

      Muy cerca, a unos treinta y pocos kilómetros de la ciudad, tenemos la estación de esquí. Pero suele estar atestada. Aún así, a veces subimos aunque sólo sea para tomarnos un café mientras vemos la nieve.

      Me gusta el crujido de la nieve recién caída, y el agotamiento cuando intentas caminar por ella y te llega por las rodillas. Tirarse en trineo también es muy divertido, y hacer angelotes, aunque si no has tenido la precaución de llevar ropa impermeable, siempre terminas con el trasero empapado, y con las manos ardiendo por el frío (con guantes es complicado hacer bolas de nieve).

      Un amigo, un exnovio en realidad, se tiró siete años sin conocer el verano. En invierno estaba de monitor de snowboard en Sierra Nevada o Navacerrada y en verano hacía lo mismo en Chile o Argentina. Le perdí la pista. Puede que incluso haya estado sin poder tumbarse al sol en la playa mucho más tiempo.

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