martes, 21 de octubre de 2014

Los malditos

El ministerio de educación (no sé si aún tenemos de eso) debería dar un premio al programa Sálvame por su contribución en la enseñanza del bullying a los alumnos españoles (y seguramente internacionales). Los tertulianos, que nunca están de acuerdo en nada, de repente hacen causa común y todos se lanzan contra la víctima como una jauría furiosa. Lo hacen muy bien. Lo bordan. A menudo hasta consiguen hacer llorar a la víctima; aunque, de momento, entre sus proezas no se puede contar ningún suicidio. (Espero que se me haya pillado la ironía). 

A menudo recuerdo a mis primeros jefes. Dos de ellos también fueron mis profesores. No eran arquitectos estrella, pero se comportaban como tales. Esbozaban en la servilleta de un bar el volumen del edificio a proyectar y los demás, sus abejas obreras, debíamos pelearnos con la normativa para que lo imaginado y lo finalmente dibujado en Autocad coincidiera lo más posible. Para ellos el trabajo era muy aséptico, tan limpio que se podían permitir el lujo (o la incomodidad) de ir todos los días con traje y corbata. Tampoco se pringaban en el estudio. Alguno, estoy convencida de ello, no sabía ni encender el ordenador. Supongo que ese comportamiento proporcionó a la carrera de arquitectura un prestigio que tal vez nunca ha merecido. Pero tampoco creo que merezca el enlodamiento al que está siendo sometida en la actualidad. Como esos personajes del programa de la tarde de Tele 5, los culpables de dictar la leyes y normativas nos están castigando por alguna sádica razón. 

Empezaron por aceptar igualar a la nuestra titulaciones extranjeras que nada tienen que ver, que sólo se parecen en el nombre (un arquitecto paisajista norteamericano en España tiene nuestras mismas competencias). Le siguió el código técnico de la edificación. Tan pésimamente redactado que es obligatorio preguntarse si no será un plagio del código chino, traducido con el google traductor. Se apresuraron tanto en sacarlo que estaba lleno de errores e imprecisiones que constantemente obliga a que salgan modificaciones, y al técnico, a releérselo cada poco tiempo. Tal vez lo peor del CTE sea el apartado destinado al ahorro de la energía. En un par de años ya hemos utilizado cuatro certificados energéticos diferentes. Lo último ha sido permitir que competencias que hasta ahora sólo teníamos los arquitectos, ahora también las tengan los ingenieros. De nada han servido protestas y huelgas. 

Jamás me imaginé tan endiosada como mis primeros jefes: rodeada de acólitos, más que de empleados, imponiendo mis normas e ignorando las de los demás. Pero tampoco me imaginé con el temor constante a que ese título colgado en la pared del despacho se convierta en papel mojado. 

2 comentarios:

  1. Pero qué sentimientos tan encontrados! A menudo, los que dibujan sobre uma servilleta, dan el paso inicial. Mi jefe le encanta rayar cualquier hoja, para mostrarme como se instalara un equipo o como se diseñara la red de ductos o de tuberías. La diferencia respecto a tus exjefes, es que maneja la parte informática, y está consciente de las imposibilidades y los correspondiente cambios en el diseño definitivo, que por lo general son pocas.

    Respecto a que ingenieros hagan lo que los arquitectos, la verdad deberia ser al revés: que los arquitectos hagan lo que los ingenieros, así, no me dejarán sin salas de máquinas, sin espacio para pasar ductos, y con espacio suficiente para mantenimiento.

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    1. A uno de mis exjefes terminé regalándole una libreta (un bloc de notas que podía llevar en el bolsillo de la chaqueta) porque era muy complicado complacerle. Estabas dibujando la planta de una vivienda y de repente encontrabas la mancha de vino del culo de un vaso y no sabías si iba incluida en le dibujo o tenías que ignorarlo (eso nos pasó en una ocasión, en la que el círculo de vino representaba un patio interior). Menos mal que esos tiempo tan complicados pasaron.

      En parte me alegra que los ingenieros hagan también el trabajo de los arquitectos. La incomprensión del trabajo ajeno es recíproco. Cada uno pensamos que debe prevalecer nuestras necesidades. Aunque, según mi experiencia, quienes más nos amargan la existencia (a ingenieros y arquitectos) son los clientes, que cuando tienes un trabajo terminado se le ocurre solicitar algún capricho que tira por tierra el trabajo de varias semanas.

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