martes, 18 de marzo de 2014

Un faro en mitad de la tormenta

Hace calor. Esta tarde llovió, pero sigue haciendo calor, demasiada para una noche de invierno. Ahora mismo ya no queda ni rastro de humedad en el suelo, aunque fue un buen chapetón. Me gusta este tiempo tan extraño; me suele gustar cualquier cosa que salga de la normalidad (en el clima, solamente, en el resto de cosas, prefiero la monotonía). 

Hoy ha sido un día tan gris como hemos tenido el cielo la mayor parte de la tarde: el termo no funciona, tengo la menstruación, han cerrado las dos únicas peluquerías a las que estaba acostumbrada a ir por aquí, Guille ha pospuesto una semana más su regreso...

Pocas cosas hay que me pongan de más mala leche que no poder ducharme a primera hora de la mañana. Hay gente que necesita cafeína en su cuerpo para comenzar a funcionar, para mí es imprescindible remojarme para poder estar completamente consciente y no verme sumergida en un extraño jet lag. Intenté ducharme con agua fría, pero sale a tan baja temperatura (como si llegara directamente del nacimiento del Genil) que es doloroso sentir el chorro gélido sobre la piel. Vendrán hoy a arreglarlo (la carcasa donde es esconde el termostato, de esos que son dos plaquitas metálicas, se ha inundado y dejado de funcionar). 

La menstruación nunca me ha producido dolor ni molestias. Sólo me entristece por lo que implica: otro mes de espera. Claro que en esta ocasión habría sido, literalmente, un milagro que gestando: la inmaculada concepción. ¡Ja! ya me imagino con camisón, manto y levitando sobre una nube sostenida por angelotes rollizos. Y para colmo Guille aplaza su venida una semana más. Debería alegrarme, porque eso significa más trabajo, y Guille es muy feliz mientras trabaja. Pero soy egoísta, y lo prefiero tener a mi lado.

Soy despistada. Algunos establecimientos de la zona llevan cerrados semanas o meses, pero yo no me percato hasta que los requiero. Me ha ocurrido con las dos peluquerías a las que solía ir (soy un animal de costumbres). Una de ellas estaba en una de las perpendiculares que comunican la Ribera del Genil con la calle Agustina de Aragón, y tiene nombre árabe (demasiado vaga a estas horas para ponerme a buscarlo en el Google map). A esa calle sólo la necesidad me hace ir. Es comprensible que su cierre me haya pasado desapercibido hasta ahora. La otra, por el contrario, la tengo frente a mi azotea, en un local muy pequeño que con anterioridad había sido una panadería, y que duró abierta menos que una cerveza en manos de un beodo. ¡Kaput! Desaparecida ante mis napias sin previo aviso. Me metí en la primera peluquería que encontré. No está mal. Todo el salón para mí sola. Cuatro lavacabezas, ocho sillones de tocador, tres secadores extraños, tres peluqueras... completamente desocupados.

Cuando volví a casa me encontré el correo electrónico de un encargado de obras que es bastante bueno y al que aconsejé que enviara su currículum al promotor de las 12 viviendas de Málaga. Me lo agradecía, pero declinaba la propuesta porque tiene trabajo, de manitas, en el puerto deportivo de Marbella. Asegura que no necesita absolutamente nada para ser feliz.

2 comentarios:

  1. Respecto a la peluquería, no es cuestión de costumbre, al menos no para mí. El hecho es que uno no encomienda el cuerpo de uno a un extraño. Por eso procuramos ir con la misma peluquera, al mismo médico, o al mismo curandero.

    Ahora, sobre la gestación milagrosa... Te aseguro que si llega a haber un nuevo caso de virgen embarazada, eso no se lo creerán, ni siendo descendiente de Jesús ni devota a la iglesia. La tacharían de adultera sin más. Ahora que lo pienso, ¿cuán de cierto habrá sido lo del espíritu santo embarazador? ¿habrá sido José victima de cuernos celestiales o simplemente terrenales bien sembrados? Eso lo sabrá sólo María.

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    1. Pobre José, cornudo y consentido, además, para toda la historia (ja). Es como en las romerías milagrosas a las que se solía ir antes: se iban las mujeres solas, pasaban la noche fuera, y más de una tenía un lindo bebé al cabo de nueve meses (eso sí, con la cara del párroco del pueblo).

      En la actualidad, al menos por aquí, es complicado tener una peluquería fija. Un día vas: peluquería; vas dentro de dos meses: pastelería en el mismo local; vas a los cuatro meses: sexshop...

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