miércoles, 12 de marzo de 2014

Olor a canela

Acabo de abrir la puerta para salir a correr (sólo he vuelto a ponerme los leggins largos porque hace más frío del que pensaba). Siempre me dio la sensación que los olores se disipan antes en los ambientes con bajas temperaturas, pero al toparme con el aire de las escaleras, me ha llegado hasta lo más profundo de mis fosas nasales el olor a canela y repostería que contribuí a hacer esta tarde con mi vecina del segundo. Bajé para compartir con ella una de las dos docenas de huevos que mi nueva cuñada me ha regalado (sus padres son agricultores y tienen un cortijo con animales). Eran demasiados huevos para mí. 

A mi madre se le da muy bien eso de las visitas sociales. Sabe soltar el cumplido adecuado en el momento adecuado y callarse lo que es conveniente no decir en voz alta (a mí, aunque sin un ápice de maldad, me ocurre lo contrario). Cuando hago una de esas visita, agradecería no pasar de la puerta. Me esfuerzo en cambiar sólo porque creo que conviene a mi personalidad, al igual que intento que me guste música diferente a la que realmente me gusta y leo escritores que me hacen bostezar (como Nicholas Sparks). 

Con mi vecina del segundo es imposible una visita de hola y adiós. Su piso parece un museo a toda una vida de recuerdos. Cuando vuelvo a mi casa, me da la sensación que está demasiado desnuda. Hasta tiene un cuadro de un perrito, uno de esos minúsculos, que son una migaja de animal. Mi capacidad para atormentar almas sosegadas: le pregunté por el perro y se puso triste. Hace unos años lo llevó al veterinario porque lo veía tristón e hicieron que lo sacrificara para que no sufriera. Ahora se arrepiente de su decisión. Dice que lo desecharon como si fuera un trasto, un objeto inanimado para el que no existen piezas de recambio.

Quiso que la ayudara a hacer roscos fritos con los huevos que le acaba de llevar. Fue muy divertido. Es algo que me gustaría hacer algún día con mi madre (aunque ella es poco de compartir los quehaceres de la cocina). Huevos (yemas de color naranja - mi madre dice que esos huevos son así porque comen maíz), harina, levadura, azúcar (poca, para complacerme), limadura de limón, zumo de una naranja... (creo que no llevan nada más). Fue divertido hacer los churritos y juntarlos en forma de círculo (como jugar de nuevo con plastilina). Luego se fríen y espolvorean con azúcar y canela. 



Ahora salgo a correr, cuando vuelva, para evitar las agujetas porque llevo unos días de inactividad, me comeré uno. 

4 comentarios:

  1. ¿Comerse solo uno,de esos roscos con ese apetitosa "pinta"?. Me recuerda un eslogan que escuchaba sobre cierta marca de patatas fritas que te retaban: ¡A ver si eres capaz de comerte solo una!, o al así. La verdad que en este caso, no creo que lo consiguiera.

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    1. ¡Ja! ¡Me ha pillado!! En realidad me zampé dos. Y esta mañana, para desayunar, otros dos. Están muy ricos. Tiernos y esponjosos.

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  2. Los roscos!!! tengo entendido que es algo muy de España. Tuve el placer de degustarlos, de desayuno, almuerzo y cena gracias a que la abuela de mi entonces novia, es española y se conoce muy bien la receta. De hecho, recuerdo haber participado en la preparación. Algún día los volveré a probar, quizás.

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    1. No sabía que era típico exclusivamente de aquí. Están ricos, más si se acompañan con chocolate (del que se bebe). Hacerlos, es casi más un acto social porque se pueden comprar en cualquier supermercado o pastelería y suelen estar igual de buenos (y no pringas la cocina, como diría mi madre).

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