sábado, 22 de marzo de 2014

La agüita amarilla

No había que moverse mucho ayer, ni ser muy observador, tampoco estar conectado a las redes sociales, para saber que algo extraño sucedía en la ciudad. Me sobró ir al supermercado y darme un paseo por la sección de bebidas alcohólicas para imaginarlo: ¡La fiesta de la primavera!

La marabunta de adolescentes, algunos sobrepasaban los 40 años, comenzó alrededor del mediodía. Eran como animales migratorios con un destino fijo. Los veías cargados con sus bolsas de supermercado llenas de bebidas o con cubos rebosantes, abrían la boca y antes de que preguntaran, ya sabías lo que tenías que responderles. Como un Colón encima de un pedestal, señalabas al norte, a la lejanía, hacia donde el Camino de Ronda se pierde en el horizonte, donde un alcalde bienintencionado instaló el botellódromo, un lugar destinado a la borrachera colectiva. En el lugar no se puede hacer otra cosa: no hay música, no hay actuaciones, no hay lugar donde tumbarse y limitarse a tomar el sol. 



A pesar de estar lejos del centro de concentración, no me he librado de las consecuencias de la supuesta fiesta (¿se puede llamar fiesta a pillar una borrachera?). Pasadas las diez del día siguiente aún se veían grupos de personas cargados con los restos del naufragio del que parecían volver, entre gritos disonantes que pretendían ser canciones. 

Al menos para mí sólo ha sido una molestia insignificante y pasajera. En la radio una mujer que vive junto a El Corte Inglés, se quejaba, no ya de los ruidos durante todo el día y la noche, si no por la falta de respeto que demuestran quien se divierte de forma tan extraña. Aseguraba que a altas horas de la madrugada le tocaban el portero automático. La disyuntiva estaba entre si abrir o soportar durante un rato los timbrazos. Abrir significaba encontrarse por la mañana con una cloaca en el portal, el ascensor e incluso el descansillo de la escalera porque al lumbreras del alcalde que se le ocurrió crear el botellódromo no imaginó que si tanto líquido entra, en alguna parte deben depositar el que, inevitablemente, sale. 


4 comentarios:

  1. No voy a meterme ahora a moralizador social en como deben o no deben celebrar los jóvenes y no tan jóvenes la llegada de la primavera, o cualquier otro botellón con cualquier excusa, pero si exigir el respeto al descanso de los demás y al medio ambiente que, como muestra la foto, lo dejan como una extensa pocilga.
    Algunas medidas tendrán que tomar. Parece que estamos retornando a la bacanales romanas.

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    1. Al menos los romanos tenían el vomitorium. Aquí, lo malo, es que el ayuntamiento facilita la ingesta de alcohol, pero pone muchos impedimentos a la eliminación natural del mismo (podrían colocar retretes portátiles).

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  2. Respecto a la bebida, tengo mi filosofía: no bebo cuando estoy feliz, para que no se vuelva tragedia; no bebo cuando estoy triste, para no ponerme más triste. En Resumidas cuentas: no bebo. Ahora respecto al botellódromo que se convierte en basuródromo... creo que está bien. Es mejor que esté concentrado en un sólo sitio que desperdigado por toda la ciudad.

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    1. Ja, muy bueno lo de basuródromo (recogen toneladas de basura al día siguiente de esa fiesta).La única defensa que tienen los asistentes, es que no existe por la zona suficientes papeleras donde quepa tanto envase vacío (aunque posiblemente, de existir, tampoco las utilizarían).

      Antes el botellón se hacía en la calle Pedro Antonio de Alarcón (una calle muy larga), y había más gente que utilizaba los bares para emborracharse que los tetra brick de vino barato comprados en los supermercados. El Ayuntamiento, al actuar como lo hizo, sólo consiguió pasar de un lado a otro el problema y llevar a la ruina a algunos establecimientos ya consolidados.

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