jueves, 13 de marzo de 2014

Mi hermano y sus mujeres

Suelo hacer para mis hermanos dibujos de piezas para motos, coches, coches antiguos, juguetes de hace cuatro o cinco décadas.... No es extraño que vengan a cualquier hora del día o de la noche. Pero en esta ocasión, que necesitaba un dibujo, sólo fue una excusa de mi hermano mayor. Venía acompañado por una chica, su última novia, la que sus padres tienen una granja y de la que toda la familia está sacando beneficio porque nos suele regalar productos recién cogidos (del gallinero o de la huerta). Creo que a toda la familia gusta (y no por egoísmo). Al igual que nos gustaban cualquiera del centenar largo de novias efímeras que le hemos conocido. Procuramos no conocerlas mucho, no encariñarnos de ellas, porque suelen ser tan breves como un suspiro y no queremos echarlas de menos. Aunque con esta parece ir más en serio: ha roto su regla de mantenerlas alejadas de nosotros. Creo que la visita de esta tarde la ha hecho a petición de ella: presentármela ha sido su regalo de cumpleaños. 

Hice que comiera roscos fritos, de los que cociné ayer con mi vecina. Estuve feliz de hacerle ver que había dado buen uso a los huevos que me mandó. Hasta le pinchamos en el rosco más grande, una vela de cumpleaños que tenía perdida en uno de los cajones (tonterías que se guardan y a las que casi nunca se les da uso). No le cantamos el cumpleaños feliz (debería estar muy agradecida por esto) porque mi hermano y yo desafinamos como gatos a los que ha pisado la cola. 

Es divertida, extrañamente tímida. De conversación monotemática si no se la guía. Jamás he conocido a alguien tan entusiasmada con su profesión. Es profesora. Como todos en estos días, se queja de la crisis y los recortes, que llegan hasta el extremo de limitarles las fotocopias. Se lamenta de no saber cuánto cobrará porque las pagas extras son como Lázaro, que viven y mueren y reviven al antojo de Dios (en este caso, Dios es el gobierno). Al hablar de sus alumnos, es cuando se le cambia la expresión de su rostro, le brillan los ojos y parece entrar en trance. Conoce los problemas de cada uno, las necesidades que tienen, los que hay que dejar que vayan a su bola y los que hay que atarlos en corto para que funcionen mejor. No se avergüenza al asegurar que no es ecuánime al poner la nota en los exámenes. Suele premiar a quienes se esfuerzan más. Dice que ha comprobado que así se animan y el rendimiento es mayor. No sé si es justo lo que hace. Lo que sí resulta evidente, es que ama su trabajo. 

2 comentarios:

  1. A desafinar no hay quien me gane. No canto ni en la ducha por si hay algún oído escuchando de incógnito. Incluso en la Marina, cuando nos hacían cantar la Salve Marinera,,a pesar que su colectiva entonación en alta mar al atardecer me emocionaba, me limitaba a mover los labios. Supongo que mi silencio pasaría desapercibido. Mejor así.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. También era muy emocionante escuchar a los soldados, a última hora de la tarde, con la bajada de bandera, cantando el himno del aire (¡hasta me acuerdo de las primeras estrofas!!!). Menos mal que no lo estoy cantando, porque sería un desastre para mis vecinos. Hasta nos aprendimos el himno de la legión porque hubo una época en que llegó un regimiento para hacer maniobras dentro del destacamento donde vivíamos (no llevaban ninguna cabra, una pena). Pero sospecho que no se puede equiparar el himno cantando en mitad del mar, que el cantado en mitad de una explanada, por mucha puesta de sol que tuviéramos de fondo.

      Eliminar