martes, 29 de octubre de 2013

Con el pie derecho

Hoy tengo una de esas caras de boba que refleja el espejo cuando se es feliz después de una larga ausencia de buenos momentos. Es curioso cómo la felicidad nos cambia la percepción de las cosas. Hace un rato, cuando comenzaba a ponerse el sol, y los últimos rayos rebotaban sobre los cristales de las plantas más altas del Hotel San Antón, durante los segundos que tardó en desaparecer la luz, hasta me pareció un edificio bonito. 

Comenzó con una simple llamada telefónica cuando aún me costaba mantener abiertos los ojos. Un antiguo cliente. Tiene un caserón en La Vega de Granada y quiere rehabilitarlo. Lo acababa de comprar en una subasta del banco. Según él, una ganga. Pretende convertirlo en un hotel: habitaciones amplias, rústicas, cómodas, en mitad de la tranquilidad del campo, pero muy cerca de la ciudad. El edificio está tan deteriorado que tal vez sólo se pueda mantener en pie la intención (es una zona donde no se puede edificar nada nuevo, sólo rehabilitar, tal vez sólo aguanten algunas paredes maestras del exterior que serán suficientes para disfrazar la obra nuevo de reforma). Hacía tiempo que no caía en mis manos un trabajo de arquitectura real (sólo modificaciones de lo ya hecho y periciales): para el mediodía ya tenía esbozadas dos de las tres plantas del edificio. 

Estaba tan ensimismada que no escuché el timbre de la puerta. Era Guille: una semana antes de lo esperado. Al igual que es inevitable perder cualquier compostura cuando el cuerpo sufre los vaivenes de una montaña rusa, yo la perdí cuando lo vi aparecer. Aunque viene con una arruga en la frente, entre las cejas, vertical y profunda que perdura incluso cuando está dormido (ahora ya está acostado, aunque apenas son las 9 y media de la noche, porque vino agotado). Estoy acostumbrada a la forma de ser mi familia materna, en la que a un problema se le da la importancia necesaria para ser resuelto, y antes y después, se olvida. Pero Guille los rumia sin cesar. Ahora le preocupa la falta de trabajo, aunque llevamos unos meses siendo tuertos en un mundo de ciegos. Si le pongo el dedo donde le ha aparecido la arruga sólo sirve para que frunza la frente y balbucee en sueños. 

Guille se durmió después de estar escuchándome hablar por teléfono media hora. La llamada fue mucho más larga, de hora y pico. Una amiga, con una trombosis en la pierna, está prácticamente curada. Estaba eufórica y contagiaba su felicidad. Para ella empieza una etapa nueva en su vida (ojalá le vaya bien). 

Ahora, después de tantas cosas buenas, estoy un poco desinflada, amedrentada, a la espera que algo malo ocurra para haya equilibrio entre lo bueno y lo malo.


2 comentarios:

  1. La Vega de Granada y un caserón antiguo: Me recuerda por donde está el Puente de los Vados que había un taller de mecanizado dentro, no ya de un caserón abandonado, aquello parecía como una antigua fábrica, tal vez azucarera.Resultaba extraño aquel solitario taller dentro de un edificio tan grande y casi todo en ruinas.
    Bueno, pues que se prolongue esa racha de dicha.

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    1. Efectivamente, es la antigua azucarera de Granada, esa fábrica. Siempre me han gustado las reformas de edificio, sobre todo por el Albaicín, porque escondidas entre las paredes, o al otro lado de falsos techos, se pueden descubrir maravillas increíbles.

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