viernes, 13 de julio de 2012

El mundo es un pañuelo... y está lleno de mocos

Somos mocos. Lo dice mi tío Fermín, que es un hombre muy sabio. Bueno, él especifica: sus pacientes somos mocos en sus dedos. Mocos pegajosos de los que no se puede desprender ni siquiera después de jubilarse.

Ayer encontré a una paciente de mi tío. Es camarera en uno de los cármenes que están junto al mirador de San Nicolás. Me reconoció por el nombre. Ella y yo coincidimos muchas tardes de verano en la sala de espera de la consulta. El cuerpo que tiene ahora estaba enterrado en cien kilos de grasa y la fobia a quedarse ciega le impedía llevar una vida normal. Tiene una ceguera táctil real que le hacía imaginar que, si se quedaba ciega, sería incapaz de valerse por sí misma. Antes de topar con mi tío, había pasado por media docena de psicólogos que se habían limitado a atiborrarla de anti depresivos. Mi tío hizo que fuera a un cursillo de la Once donde le enseñaban a reconocer los objetos por la textura. Aún, confiesa, le aterra quedarse ciega, pero desde que hizo el cursillo es capaz de hacer muchas cosas, y no limitarse a quedarse tumbada en el sofá, con los ojos cerradas y atiborrándose con alimentos ricos en vitamina A.

Las alabanzas a mi tío me hicieron sentir como un enorme pavo real con la cola desplegada. 

2 comentarios:

  1. Qué suerte dar en la vida con profesionales competentes, especialmente en asuntos tan delicados como la salud mental.

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    1. Tienes toda la razón. Encontrar un buen psicólogo o psiquiatra significa poder llevar una vida completamente normal; mientras que uno malo implica la posibilidad que un problema nimio se enquiste.

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