lunes, 24 de febrero de 2014

Hágase la luz

Soy huraña. Me gusta ser invisible. Muy pocas veces considero un mal menor el que un dependiente, al creerme asidua, me llame por mi nombre (por lo general, cambio de tienda). Lástima que no pueda hacer lo mismo con el piso, y buscarme otro cuando algunas personas buscan un acercamiento excesivo. Me ocurre con un vecino. Es muy pegajoso. Cuanto más le huyo, más me encuentra. Sus invitaciones a comer o cenar no admiten una negativa, sólo un aplazamiento. No tiene ninguna intención oculta, ni es mala persona; todo lo contrario: me requiere porque le da pena mi aparente soledad; pero sólo es soledad porque no está Guille, y nadie lo puede sustituir. 

Hoy llamó  a mi puerta a eso de las ocho de la tarde. Acababa de llegar del trabajo. Se fue esta mañana temprano, a las siete y media. Lo tuvo que hacer a oscuras y por la escalera, porque la luz se fue a las siete y cuarto. Olvidó que había dejado el calefactor enchufado junto a un tendedero portátil, cargado de camisetas y calcetines. Pocos minutos después la luz volvió y durante más de doce horas el chorro de aire caliente ha estado asando la ropa. Casi toda ha quedado como lonchas de panceta refritas, amojamada, tiesa, apergaminada, quebradiza, tan frágil como una hoja seca en otoño. Se consuela pensando que no tenía ninguna prenda de valor, todas de tela sintética y barata. 

Mi imaginación no es tan corta e inmediatamente pienso en las consecuencias que hubiera tenido que la ropa hubiera ardido. El tendedero lo tenía en el salón: sofá, cortinas, alfombra, libros de las estanterías, tapizado de las sillas... persiana del balcón de pvc... escalera llena de humo, patio de vecinos lleno de humo, exterior lleno de humo... De haber ocurrido esta mañana, las consecuencias sólo habrían sido materiales. Sus vecinos suelen estar fuera casi todo el día, y yo salí temprano y volví a la hora de comer. Pero esta tarde la cosa habría sido diferente. 

No le advertí de las posibles consecuencias de su negligencia. Es del tipo de personas que se amarga con cualquier error propio hasta el extremo de parecer enfermo. 

También a mí me fastidió el apagón. Echaba una ojeada al correo electrónico, y de repente me quedé sin Internet. Asombra lo dependientes que somos de la luz y de la red de redes. Me sorprendió el silencio que siguió a la ida de la luz: hace dos o tres años, aquí, en Málaga o Barcelona, cuando la luz se iba saltaba la alarma de media docena de comercios (un sistema de seguridad que tienen). Ayer sólo se escuchaban los coches que circulaban bajo la lluvia. 

4 comentarios:

  1. Me da pánico solo imaginar que hubiera ocurrido de provocarse un incendio. Ocurre que hace días se me olvidó un apagar un fuego de la cocina y prendió en un paño. Ardió en un momento. Afortunadamente estábamos en casa para reaccionar a tiempo.

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    1. A mí lo que me aterra es cuando se prende el aceite. Ya me ha ocurrido un par de veces. La primera no supe reaccionar (menos mal que en esa ocasión estaba mi madre presente). Por supuesto, tapó la sartén con una tapadera. Ya he aprendido el truco. No se me ocurre muerte más dolorosa y atroz.

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  2. No sé que es huraña... ya sé que es huraña (diccionario digital). yo también disfruto bastante del pasar desapercibido, a pesar de mis notorios rasgos. Aún haciendo mis ejercicios anti-timidez autopropuestos, a veces llego al punto de que la gente mi ignora por completo, sin siquiera pronunciar palabra, como para pensar que los pude haber ofendido. Extrañamente eso lo disfruto.

    Respecto al apagón, el cual según leo fue de unos veinte minutos, pues para los que no están acostumbrados puede ser muy... desorientador. Aquí pues los apagones son muy frecuentes, duraciones estándar de 3 a 6 horas, y récords mayores a 48 horas. Y el silencio que eso provoca, es sin duda, ensordecedor, sin contar la calurosa mención de progenitoras (es literal, la sensación térmica oscila entre 30 y 45 ºC).

    Respecto al casi incendio tanto de tu vecino pegajoso como del Señor Manuel, con su permiso, pues gracias a Dios que no pasó a mayores. Aquí al parecer estamos bendecidos por Dios, pues son pocas las construcciones que pagan por proyectos de detección y extinción de incendios, y una cantidad menor los instala, pues según ellos, como nunca pasa nada, y la habitabilidad es "negociable", pues no vale la pena invertir en lo que nunca se usará. Aunque lamentablemente hace pocos días, unas tomas ilegales de gas, algo muy común en mi ciudad, cobraron vidas inocentes.

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    1. Aquí, con los sistemas de seguridad contra incendios también hay mucha picaresca. Ven los edificios vacíos, tan llenos de hormigón y materiales ignífugos que no imaginan que se puedan incendiar.

      Hace poco firmé un final de obra de un garaje. Tenía todos los sistemas de seguridad: en este caso sólo necesitaba extintores (tenía menos de 20 plazas). Cuando los bomberos fueron a firmar el visto bueno, se encontraron con que estaban instalados los soportes de los extintores, pero no había ni uno: se los habían llevado a otro edificio.

      Por fortuna aquí los cortes de luz no son muy normales. Estaría completamente perdida si se fuera la luz durante 6 horas... y 48 horas... me haría mudarme a un hotel que tuviera generador propio. Vitrocerámica, termo, teléfono, router, ordenadores... todo lo que utilizo al cabo del día necesita una conexión a la corriente. Ni siquiera podría leer porque me he acostumbrado a la comodidad del libro electrónico.

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