lunes, 10 de febrero de 2014

Nacho Wert tiraba piedras...

La chivata de mi colegio se llamaba Micaela y tuve la mala suerte de compartir habitación con ella en el internado durante tres años y medio. Había que tener mucho cuidado qué se soltaba delante de ella, sobre todo si el asunto era sexual, porque los hechos que se deseaban ocultar, siempre llegaba a los oído de quien tenía la capacidad de poner un castigo. Yo la conocía lo suficientemente bien para mantener la boca cerrada en su presencia. La personalidad y el físico de esta compañera habría servido perfectamente para inspirar el papel de una villana en una película de serie B si hubiera tenido al menos una cualidad positiva que la hubiera hecho más creíble y humana. Pero, antes que chivata, era egoísta y cobarde. Jamás asumía las consecuencias de sus hechos. 

Pere está en este momento con su nuevo novio de luna de miel en New York. Siempre me pregunta que qué regalo quiero de las ciudades a las que va, y mi respuesta siempre es la misma: fotos, muchas fotos. 


Una perspectiva terrestre del Empire State Building.


La Grand Central Terminal. ¿Qué será ese gigantesco 100? Ya se lo preguntaré cuando vuelva (ahora sólo nos comunicamos por whatsapp).

Estas dos fotografías, rincones perdidos en una ciudad que queda tan distante para alguien como yo que se mueve por el extranjero principalmente con los ojos y los sentidos de otras personas (he viajado fuera de España muy poco -sobre todo si me comparo con mis hermanos; mucho, si me comparo con Guille), me son tan familiares como si estuvieran a dos pasos de donde vivo, gracias a las muchas películas vistas en las que el paisaje termina convirtiéndose en un personaje más, un personaje secundario que se hace muy familiar. Se quiere lo que se conoce.

El cine es más importante de lo que creen este puñado de políticos incompetentes que nos está tocando sufrir. Sirve para que disfrutemos un par de horas, o para que suframos, o para que nos saturemos de conocimientos... pero también sirve para que se nos conozca, nuestros paisajes y nuestra idiosincrasia, más allá de nuestras fronteras. 

Wert, tan cobarde como mi compañera Micaela, incapaz de enfrentarse a las dificultades, de tragarse el cáliz que sus obligaciones le imponen, huye ante un puñado de actores que sin duda reprocharán el maltrato que se le está dando a la cultura. La diferencia entre Wert y mi compañera, es que ella era una niña y  no vivía gracias a los impuestos de todos. 

4 comentarios:

  1. Mala suerte tener que compartir habitación con una persona con esos viles defectos.
    Ese 100 gigantesco se debe a que están celebrando el centenario de la estación de ferrocarril más grande del mundo. Mi mujer y yo tuvimos la suerte de visitarla en varias ocasiones en el 2010. Nos encantó, porque en contra del ambiente poco acogedor de ese tipo de edificios, sobretodo en la planta subterránea pudimos contemplar exhibiciones artísticas y estaba llena de tiendas de distintos productos colocados de forma ordenada que hacía muy grato pasear por allí..

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    1. Mis amigos se han quedado perplejos, sobre todo, con la altura del edificio.

      Cien años. Es increíble. Supongo que tuvieron la suerte por aquel entonces de no sufrir de un Calatrava (una pequeña maldad, la verdad es que este arquitecto apenas es culpable de algo de lo mucho que le acusa). Espero que la estación esté muy bien preparado para la nieve. Hoy mismo se ha derrumbado en Corea del Sur un edificio por culpa del sobrepeso de nieve (y apenas era medio metro).

      ¿Hay en su blog alguna de sus peripecias por New York?

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    2. Nos gustó tanto Nueva York que tomé apuntes y sí, tengo en "cartera" ¡cuatro entradas", pero aún tardaré un tiempo en contar, porque llevo un orden con los viajes.
      El enorme edificio parece robusto, al menos ahí están sus cien años, pero lo que más valoramos es que nos resultara tan atractivo, con lo inhóspitas que me han resultado siempre las estaciones de ferrocarril.

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    3. EEUU es uno de los lugares malditos, donde jamás deseé ir, pero a cuanta más gente escucho hablar de sus viajes por esos rincones, más tiendo a cambiar de opinión. Cualquier día me planto en Central Park.

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