miércoles, 22 de enero de 2014

Paranoia de una noche de invierno

Qué sabias suelen ser las madres. Ayer pasé mala noche. La anterior no había dormido nada por culpa del trabajo y decidí cambiar mi rutina. Salí a correr cuando aún había gente por las calles, aunque ya era de noche, porque ahora anochece a media tarde. Me parece increíble que en pleno verano las tardes (la luz solar) lleguen hasta las 21:30 o las 22:45. Llegué muerta de hambre. Me zampé una pizza cuatro quesos bañada en tabasco y cubierta con aceitunas. Lo del tabasco es una obsesión: nunca he conseguido acabar un bote. Siempre nos mudamos antes de gastarlo, y es una de esas cosas que no llevas contigo. Ahora le echo tabasco hasta a las lentejas, con el único propósito de ver pasar la luz a través de la botellita (sí, ya lo sé, un propósito bastante ridículo -que conste que también tengo el de leerme este año al menos 40 libros-). 




Cuando trabajaba en un bar para estudiantes durante mis años de universitaria, me cayó en la mano un chorreón de tabasco. Me lo limpié con un paño seco. A la mañana siguiente tenía una quemadura: una mancha roja dolorosa al contacto. Me acordaba de esa quemadura cuando poco después de quedarme dormida, desperté con un molesto dolor en la parte baja del esternón, exactamente en el punto donde en las películas suelen hincar la aguja de la adrenalina al moribundo (seguro que es un error, porque no imagino ningún metal capaz de atravesar semejante hueso. No sé si me despertó el dolor o una pesadilla absurda que tuve: estaba obligada a quedarme embarazada, como no lo lograba, unas mujeres vestidas de monjas y sin pies (volaban a unos centímetros del suelo) me perseguían por todas partes. Por la mañana el dolor había desaparecido por completo. Durante la llamada matutina materna, le relaté con todo detalle la pesadilla. No el dolor de estómago, porque seguro que me hubiera echado una merecida bronca. En lugar de aconsejarme que me tomara con tranquilidad el deseo de quedarme embarazada, como temía, me dijo: Eso es que no cenaste adecuadamente antes de irte a la cama. Ahora estoy preparada para que no me vuelva a ocurrir:



4 comentarios:

  1. En una hamburguesería.

    -Oiga, ¿tienen tabasco?

    -Sí señor, en la máSquina.

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  2. Espero que el tabasco que venden en España sea mejor que el de aquí, el cual me lo puedo beber tal cual si fuese un jugo de melón. Te aconsejo que busques en tiendas que vendan condimentos chinos, una salsa picante que es más bien pastosa. No es muy picante, pero tiene muy buen gusto. De seguro le dará un toque especial a la pizza. y permíteme hacer la siguiente exclamación: ¡Al fin alguien que le gusta comer aceitunas como yo! todos me tildaban de locos porque me los comía así no más o porque se lo echo a cualquier comida.

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    1. El Tabasco es bastante picante. Prácticamente no da sabor, sólo hace que la lengua te pique como si se estuvieran tomando un festín una marabunta de hormigas carnívoras. Cuando voy a los chinos me gusta pedir tallarines con salsa de soja picante. Está muy rica.

      Aquí, a la fuerza gustan las aceitunas, y no soy una excepción. Vivo a dos pasos de la provincia mayor reproductora de aceite de oliva. Me gusta echarle aceitunas a la ensaladilla rusa, las pizzas, todo tipo de ensaladas... incluso a las migas. Y también tomarlas como acompañamiento a una cerveza muy fría (con sabor a anchoa, a pimiento morrón, aliñadas, gazpachuelas, manzanillas... verdes o negras... con hueso o sin hueso -aunque entretienen más las que tienen hueso-).

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