miércoles, 8 de enero de 2014

Crónica del pasado inmediato

¡En qué mundo más pacífico vivimos!

Anoche volvía de correr a las 4:30. Ya estaba muy cerca de mi casa. A sólo unas manzanas. En la calle Pintor Zuloaga, un sujeto joven, ataviado con una sudadera color naranja butano (hay que ser tonto para ir a robar con semejante vestimenta), y provisto de un mazo tipo lametón de Miley Cyrus, se lió a mamporros contra la luna de Megasur, una tienda de informática. Desde un balcón le gritaban Hijo de puta. No hice nada, sólo seguir corriendo (no llevaba el móvil). Le tengo mucho aprecio a mi cabeza, a su forma actual y a lo que esconde dentro del cráneo -de momento, no existe el trasplante de cerebro-. Cuando llegué a casa, llamé al 112, me dijeron que ya habían dado el aviso. 

A las cinco ya estaba en la cama, pero a las siete, mis ojos eran los de un búho. Sigo mezclando horarios. Tardaré un tiempo en recuperar la normalidad. A esa hora, en la que la ciudad debería estar agitada por la primera remesa de trabajadores que van a sus puestos; era un páramo, el escenario pos apocalíptico de una película. Casi nadie por las calles. El ruido de algún despertador que no cumplía su función. 

Coincidiendo con las campanadas que anunciaban el medio día en la Virgen de las Angustias, terminaba de repasar unos planos que había que modificar. Ningún otro trabajo para hacer por hoy. 

En el supermercado pillaron robando un rímel a una señora. Las excusas que daba al encargado que la pillo, le hacía reír: había sido un accidente, no sabía cómo el botecito había acabado escondido en su manga... 

Ahora me pegaría los párpados con superglue para que no se cierren, o me echaría una siesta hasta la cena, si no tuviera cita con la logopeda, la coleccionista de cajas de pañuelos.

4 comentarios:

  1. Ya somos dos. Al menos tu tienes unos planos para modificar. Yo sólo tengo una oficina de 8mts2 y 3 computadoras para echarles los cariños de rutina. Cosa que por lo general se hace una vez al año gracias a los que siempre estoy ocupado. Ahora pareciese que lo puedo hacer todos los días. Espero que no sea más que una falsa impresión. Saludos a la logopeda y que te recomiende que no dejes de escribir en el blog.

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    1. Los planos debería haberlos hecho el ingeniero que contrataron los promotores. Pero se nos ha ido, ha desertado. Le pagaron el 100% del trabajo por adelantado y no ha vuelto a asomar el pelo por la obra (envía a su ayudante, que no tiene mucha idea de casi nada y se limita a sacar fotos y tomar notas -pobre chaval, le caen todos los palos a él-).

      Hoy mismo miraba los trabajos del año pasado. Los tenemos muy ordenados: expediente, tipo de proyecto, ubicación. En total hicimos once trabajos (ni uno al mes): ocho periciales y tres proyectos de rehabilitación o reforma. ¡Qué desastre! Aunque dimos 55 presupuestos. Y este año me temo que vamos por el mismo camino.

      La logopeda es muy agradable. De momento no ve problema en que siga escribiendo el blog, aunque no es tan entusiasta como la primera que tuve en Granada.

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  2. Sorprendente. A pesar de practicar las siesta CJC, esa de "pijama y orinal" (Sin el gorrito con una borla en la punta, porque ya no se lleva), no saldría a ejercitarme a semejantes horas de la madrugada. Creo que es cuando los panaderos amasan el "pan nuestro de cada día", los pescaderos van al mercado central para conseguir el pescado "vivito y coleando" y las enfermeras/os cambian el goteo en los hospitales, por ejemplo. Pero no hago este comentario como crítica, sino con admiración, pues me recuerdan mis años jóvenes cuando, muchas veces, a esas horas, gozaba contemplando extasiado la soledad conmovedora en alta mar. No me importaba entonces levantarme dos horas después de acostarme. Me compensaba lo vivido.

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    1. Qué agradable imagen esa del mar a altas horas de la madrugada, cuando se está, por ejemplo, en la playa, no hay ni dios, todo está oscuro y en calma y sólo se ve el reflejo de la luna sobre las ondulaciones del agua. Siempre me ha gustado mucho el mar. Dice mi madre que el primer paseo de mi vida fue por la playa. Puede que sea por eso.

      Para correr en mitad de la ciudad no hay mejor hora que de dos a cuatro de la madrugada, o de dos y media a cuatro y media. Están, efectivamente, los panaderos, (a los pescaderos no suelo encontrarlos), los basureros (cuyos camiones apestan más por el aceite quemado de sus motores que por la fermentación de la basura) y alguna que otra ambulancia que pasa echando leches, con las luces de la sirena en funcionamiento, pero en silencio.

      Hoy ya he vuelto. Estos días está haciendo muy bien tiempo, como de principios de primavera, y no pude resistir la tentación.

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