martes, 27 de marzo de 2012

Una libra de carne


Cuando vinimos a Granada nos apuntamos a un grupo de senderismo y espeleología, principalmente para tener a alguien que conociera el terreno y estar federados. Hasta hoy, aunque constantemente nos estamos proponiendo salir más, sólo hemos hecho un par de excursiones con ellos. Una corta, de un día, a la Vereda de la Estrella y otra de tres días, media integral por la Sierra. No solemos ir a las reuniones que hacen casi todos los viernes por la tarde porque fuman en el local, un bajo sin ventilación exterior y, al menos yo, termino con los ojos llorosos y asqueada por el hedor del tabaco -Guille lo tolera mejor-. Esas dos únicas excursiones nos ha permitido conocer a algunos personajes curiosos. Guille es un imán para las personas extrañas. Creo que yo soy un claro ejemplo de la atracción fatal que ejerce, y otro de ellos, Libra, un amigo salido de este grupo de los senderistas. Libra es un señor de unos cuarenta y algo de años, delgaducho, nervudo, muy hosco con los extraños, taciturno cuando no se encuentra entre quienes conoce. Cuando me lo presentaron le dije que yo también. Me refería a que yo también soy libra. Me miró extrañado, luego a Guille, a su entre pierna, y luego de nuevo a mí con una sonrisa. Su apodo no está relacionado con su horóscopo -me enteré mucho más tarde-. Pero eso no viene a cuento -nunca me he preguntado cuánto puede pesar un trocito de persona de forma independiente-.

Ayer Guille se encontró con Libra en la calle y se lo trajo a casa para hablar un rato. Al parecer estaba un poco triste, sin razón aparente, o con ella, pero generalizada. La situación económica, el trabajo, que un día un cliente quiere una cosa y al siguiente racanea en el precio (Libra hace cosas de metal -cualquier cosa- desde rejas de forja a objetos de orfebrería). Ayer venía sediento y hablador. Se bebió media botella del whisky barato que utilizo para la sangría. (No tenía otro).  Se estuvo yendo durante una hora y media, y en ese intervalo de tiempo nos contó cómo perdió a la única mujer que realmente ha querido, y de cuya pérdida hace ya más de 25 años.

Sucedió cuando tenía menos de 20 años. La recuerda preciosa. Las dos veces que le pedí que la describiera se le puso cara bobo y repitió lo mismo "Era preciosa" con una sonrisa en los labios (no sé si efecto de un recuerdo feliz o consecuencia de la bebida). Todo ocurrió en la tercera cita que tuvieron. Era verano, mediados de agosto. Él tenía una Yamaha de campo de gran cilindrada y por aquél entonces no había tantas restricciones para poder ir por los caminos rurales. Pocos días antes había ido con unos amigos a La Laguna de Río Seco, en la Sierra. Le había gustado mucho aquel lugar y quiso llevar a su novia para que lo viera. Recuerda perfectamente cómo iba vestida ella: unos pantalones cortos blancos, unas sandalias de color piel sin tacón y una camiseta medio transparente de color amarillo. Salieron poco después de comer. Era un día muy caluroso, completamente despejado, con el aire transparente. Cuando llegaron a la Laguna de Río Seco aún era temprano y, aunque corría "rasca" (airecillo fresco), como habían caminado cuesta arriba un gran trecho, estaban sudorosos. El lugar decepcionó a la chica. Esperaba una especie de vergel, y encontró un charco de agua en mitad de un terreno agreste, seco, completamente marrón, sin más vegetación que unas pequeñas plantas que crecían entre las piedras. Pero, a fin de cuentas, el paisaje era lo de menos. Echaron al suelo su chupa y comenzaron a "pelar la pava" (eufemismo de darse el lote). Comieron los bocadillos que habían llevado para merendar y bebieron cerveza -tres latas ella, una él, que tenía que conducir- y pequeñas botellitas de whisky -no recuerda cuántas bebieron cada uno, pero fueron las suficientes para que la chica pudiera hacer la forma de un corazón con los cascos vacíos-, y siguieron "pelando la pava" hasta que se dio cuenta de que la chica temblaba como un arbolillo escuálido en mitad de un vendaval. Hacía frío. Mucho frío. Sobre todo para la chica, que iba con muy poca ropa. (Él vestía vaqueros y camiseta). La chica tenía los labios y las uñas moradas y a él, en cuanto se separó de ella, se le erizó la piel. La moto  la habían dejado a unos 45 minutos caminando. A su espaldas había un edificio algo destartalado, muy cerca, parecía que a menos de cinco minutos. Libra pensó que se trataba de una especie de cortijo -luego se enteraría que era el refugio de Félix Méndez-. Comenzaba a oscurecer. Aún había luz, pero donde estaban ellos se había llenado de sombras y las sombras acentuaban el frío. La situación era: sólo tenían de abrigo la chupa de Libra, la chica no se podía poner de pie porque de inmediato el frío hería sus interminables piernas desnudas. Libra no sentía tanto el frío, aunque cuando se incorporó se dio cuenta que el whisky, esas pérfidas botellitas minúsculas, había hecho más mella en él de lo que esperaba (estaba prácticamente borracho). En aquel momento pensó que lo más sensato era dejar a la chica donde estaba, arropada con la chaqueta, mientras él pedía ayuda a los habitantes del cortijo. A ella también le pareció bien.

El camino cuesta arriba hasta el edificio de piedra que se veía tan cercano, fue muy traicionero. Era como avanzar sin acercarse nunca. Lo que sólo parecían cinco minutos, fue en realidad media hora. Llegó aterido y cansado porque había corrido. Cuando llegó comprendió su error. Había una habitación llena de literas de madera, una puerta que daba a unos baños y otra cerrada con un letrero escrito a bolígrafo donde ponía: "Vuelvo antes de anochecer. Acomódate y no rompas nada". En una de las literas encontró un par de mantas perfectamente dobladas y aparentemente limpias. Pensó que eso le ayudaría. Pero antes de volver a por la chica decidió tomarse un descanso de cinco minutos. Sólo cinco minutos. El tiempo suficiente para entrar en calor. Se tumbó y puso el reloj delante de sus narices. Cinco minutos no fueron suficientes. Seguía temblando cuando pasaron, y estaba muy cansado. Sólo otros cinco minutos más. Tiempo insuficiente, cuando transcurrieron su cansancio sólo se había acentuado.  Diez minutos.... Cerró los ojos. Eran las ocho y veinte. Cuando los abrió, un único pestañeo, eran las doce menos cuarto. En ese mismo momento supo que se había quedado sin novia.

Lo había despertado el ruido del todo terreno del guardia del refugio. Al verlo con la cara de sueño, el pelo revuelto y arrastrando una de las mantas, el guardia lo llamó hijo de puta, con intención de insultar -no medio en cachondeo, como se suele hacer a veces aquí, en Andalucía-.

Iban a iniciar su búsqueda. A la chica la habían llevado a Prado Llano, con principio de hipotermia y completamente histérica porque pensaba que él había muerto. Ella no quiso verlo más.

2 comentarios:

  1. .
    ¡Qué historia más buenísma, BeKá! Seguro que mucho mejor que la original.
    Otro Libra.
    ;-)

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    Respuestas
    1. Cuando nos contó este señor la historia estaba bastante poseído por la bebida, no creo que se diferencie mucho de lo que ocurrió en realidad.
      Pensé convertirla en un cuento y mandársela a Gotardo, pero soy demasiado torpe ... ¿Se atreve alguien a hacerlo?

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