lunes, 5 de marzo de 2012

O conmigo o contra mí

A veces es como si de toda mi familia sólo yo estuviera ligada al pasado militar que tuvimos. De los cinco, mi madre, tres hermanos y yo, ningún otro ha recibido una carta exigiéndoles adicionarse a un movimiento contra el acercamiento de los presos de ETA al País Vasco. Ha sido fácil tomar una decisión.

Mi padre era de los que se tiraban al suelo para mirar los bajos del coche. No bastaba con agachase. Tenía que tumbarse en el suelo cuan largo era, como si estuviera haciendo flexiones, y así poder ver de verdad. Porque no se trataba de un puro trámite. A mí me daba mucha vergüenza: los padres de mis compañeras del colegio, no lo hacían. Y si alquilaba un coche, nos obligaba a mantenernos alejados hasta que él lo inspeccionaba detenidamente: por dentro y por fuera. A una niña de cinco o seis años no se le ocurre relacionar aquél ritual tan extraño paterno con los atentados que muchas mañanas nos despertaban por el volumen excesivo con el que mi madre ponía la radio. De saberlo, seguro que hubiera pataleado antes de subir al Mercedes. Después de la muerte de mi padre, nadie volvió a mirar los bajos del coche, ni siquiera después del atentado de Irene Villa y su madre. 

En 1997 mi madre y yo vivíamos en la Base Aérea de Málaga. Mis hermanos ya habían comenzado a desplegar sus alas y el mayor y el mediano vivían en Granada. Tenían un taller de motos en la carretera de Armilla. Una mañana de febrero nos llamaron con voz temblorosa para asegurarnos que estaban bien. Lo primero que hizo mi madre fue recurrir a la radio. Pero ahí aún no decían nada. Sólo tardaron unos diez o quince minutos. Primero comenzó como una duda. Una explosión que podría ser de gas (la onda expansiva había dejado al descubierto el interior de media docena de viviendas). En menos de una hora se conocían todos los detalles. ETA había puesto un coche bomba en El Jardín de la Reina y lo había hecho explosionar al paso del furgón militar que servía de transporte entre Granada y Armilla. Nosotros conocíamos bien esos microbuses porque los habíamos tomado cuando vivimos en los pabellones militares que habían en la calle Martínez Campos (muy cerca de donde vivo en la actualidad). Por lo general iban llenos de civiles: el personal de limpieza, de la cafetería, el barbero, el capellán... hijos de militares que querían ir a la piscina. Hubo un muerto. El barbero de la base aérea de Armilla. 

Hasta muy tarde en la evolución de mi estulticia, los atentados de ETA habían sido asépticos. Existían, al igual que los rayos, los terremotos o las inundaciones. Luego intenté pensar como ellos. El pueblo español oprime a mi país y yo los asesino (???). Supongo que ese tipo de miseria tendrán metida en sus cerebros (asesinar a un barbero o mutilar a una niña sólo son daños colaterales, y haber matado a un puñado de civiles en el Hipercor de Barcelona, es culpa del gobierno español que no supo desalojar el lugar a tiempo)... Por mucho que me esfuerzo no consigo encontrar sentido a lo que puede discurrir por sus cerebros. Mi hermano mayor dice que sólo son un puñado de peleles con el cerebro lavado por cuatro o cinco "vive la vida". "Le pones una pipa en la mano a un gilipollas para que meta miedo a los empresarios y no dejen de pagar el impuesto revolucionario, y quien está detrás de esas marionetas, a rascarse la barriga". 

Supongo que es mucho odio acumulado contra el sistema, mucha endogamia, completa incapacidad de empatía, lo que hace que estos individuos consideren beneficioso para su causa asesinar en su despacho a un profesor de la Universidad de Madrid o poner una bomba en unas viviendas de la Guardia Civil. 

He dejado sin firmar el papel que me mandaron para exigir que no acerquen a los etarras a su tierra. Ahora dicen que no van a matar más (¿tiene valor la palabra de un asesino?). Me trae sin cuidado el bienestar de ese puñado de enfermos. No creo que mantenerlos alejados de su tierra los beneficie o les perjudique. Si no odian al estado español por mantenerlos alejados del País Vasco, ya se buscarán otra razón para hacerlo. Pero supongo que todos ellos, o al menos la gran mayoría, tendrán padres o hermanos que, a pesar de todo, los quieran y sientan la necesidad de visitarlos. No creo que esos familiares deban cumplir el castigo de un viaje interminable para satisfacer su necesidad. 

(¿Qué opinarían los etarras de sí mismo cuando intentaban imponer su dictadura en Navarra o en el país vasco-francés?)

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