jueves, 9 de junio de 2011

Visita materna

Lunes y martes, visita materna. Durante dos días me he sentido como una paciente, como si estuviera enferma. Es una cualidad que tiene mi madre: cada grano de arena, lo convierte en una montaña. Vino a tranquilizarse. A comprobar las pruebas que me han hecho (quería arrastrarme a otro médico para tener una segunda opinión -exagerada es-).


"¿Por qué benigno lo pone tan pequeñito?" Según ella, debería venir en mayúsculas y subrayado en color amarillo fosforito. BENIGNO. Nos fuimos a celebrarlo a la pastelería Flor y Nata. A ninguna nos gusta mucho los pasteles, pero nos comimos las dos tartaletas de fresa que pedimos, como si fuera un ritual, un salvoconducto que nos libre de encontrarnos de nuevo en una situación semejante o peor.

Cuando era pequeña el comportamiento de mi madre, antes de la muerte de mi padre, me avergonzaba. Hablaba con todas las personas. Era capaz de preguntar cualquier intimidad sin parecer impertinente. Luego pasó por un periodo interminable de depresiones que la volvió lúgubre y arisca. Permanecía en la cama durante meses, un buen día se levantaba, iba a trabajar -diez, doce horas seguidas- hasta que el agotamiento la devolvía a la cama. Así durante años. Le toleraban aquel comportamiento por pena, supongo. Todos la llamaban "La viuda", como si se tratara de un título honorífico. También porque cuando no iba a trabajar ella, la sustituía mi hermano mayor. Ni mis hermanos ni yo recordamos aquel periodo con amargura. Ellos, adolescentes, disfrutaron de incluso más libertad que los adultos, porque no tenían ataduras de ningún tipo. Yo, una niña, era mimada por todos. Hasta por los soldados. Recuerdo a uno, de apodo Cacahuete, que se impuso la obligación de hacerme merendar todas las tardes. Cola-cao y chusco con cualquier charcutería. Al principio mi Cola-cao era convencional, pero luego empecé a tomármelo como él: fragmentado. Primera se mezcla la leche con la azúcar, luego se echan las tres cucharadas de cacao y cuando se ha sedimentado el cacao, se toma a cucharadas, cogiéndolas del fondo. Si te atragantas con los polvillos, te tomas un buen sorbo de leche. 
Mi madre estuvo en tratamiento durante años, muchos tratamientos, muy diferentes. Pero no creo que ninguno de ellos la curara. Creo que fue un  interruptor dentro de su cabeza. Clip. Vivíamos en unos pabellones militares dentro de la Base Aérea de Málaga, junto al aeropuerto civil.Yo tenía 16 años. Me pidió una maquinilla de afeitar de mis hermanos para depilarse las piernas. En aquel momento supe que todo había comenzado a cambiar. 

Ahora la miro con orgullo (como si los papeles estuvieran cambiados y ella fuera la hija y yo la madre). Me gusta verla parlotear con el frutero chino del barrio (ya se ha enterado que tiene un hijo pequeño en China), con la limpiadora de la escalera (quien tuvo un tumor en el pecho y ahora le cuesta estrujar la fregona), con el carnicero de la esquina (cuyo hijo, el que se parece al padre como una gota de agua a otra, es adoptado)... Y todo ello en sólo dos días.

Se ha marchado (a Órgiva, con unas amigas -hace unos años apenas tenía voluntad para trasladarse desde el dormitorio al baño-). En parte es un descanso, porque me agobiaba con sus atenciones de "enfermera" -exploraciones mamarias, toma de temperatura, sopa de pollo...-; pero también la echo de menos.

2 comentarios:

  1. Me gusta mucho lo que cuentas, BK. Me pregunto qué escribirían mis hijos de mí.

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  2. "Lo mejor y más hermoso en esta vida no se puede ver ni tocar, pero se debe sentir con el corazón". (Helen Keller)

    Lo más fácil para salir de dudas, sería preguntárselo a ellos. Pero seguro que es algo hermoso

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