miércoles, 22 de junio de 2011

Los otros

En ciudades pequeñas como Granada, si sigues una monotonía, terminas topándote día a día con los mismos rostros una y otra vez. Soy bastante despistada y suelo ir pensando en mis cosas, un poco ajena a quienes me rodean, sin embargo, tengo mi "colección de los otros", de quienes casi considero conocidos y sólo la timidez y el temor a que me consideren loca, me impide saludarlos o entrometerme en sus vidas.

-Los patinadores. Son dos, diferentes, sin ninguna relación entre ellos, aunque ambos son muy elegantes al moverse. Uno es chico y la otra chica. Al chico lo encuentro cuando voy a correr no muy tarde, entre las dos y las tres de la madrugada. Creo que hace un recorrido por los puentes del río Genil. Solemos coincidir en el puente que hay frente al Palacio de Congresos. El desaparece en la oscuridad del Paseo de la Bomba y yo me quedo subiendo y bajando la escalinata del Palacio. A la chica la suelo encontrar en el paseo que hay en mitad de la Avda. de la Constitución. Los viernes por la tarde, cuando vuelvo del supermercado (suelo ir a comprar a Alcampo y regreso paseando sin ninguna prisa). Es como si se deslizara por el hielo.

- Robinson Crusoe. Es un hombre joven, aunque de edad indefinida. Lleva el pelo muy largo y descuidado, y una barba que parece no haber sido cuidada nunca y sólo cortada de tarde en tarde a tijeretazos. Me lo encuentro muy a menudo por el barrio. Suele vestir camisetas blancas y pantalones claros que siempre le están muy anchos porque está muy delgado. Los viernes, cuando vuelvo del supermercado, lo veo paseando por el parque que hay en la calle Agustina de Aragón, con una señora mayor. Misma delgadez que mi Robinson, pero de aspecto muy cuidado.

- Uno por dos. El musculitos que los domingos a última hora de la tarde, mucho después de que se haya marchado para Barcelona Guille, descarga él solo un camión de congelados. A veces son piezas enormes. Desde mi perspectiva, sólo le veo la espalda (se suele quitar la camiseta, sospecho que para no manchársela). La tiene cubierta por tatuaje de letras de algún idioma asiático (soy incapaz de distinguir el chino del japonés del coreano o el tailandés). El hombre tranquilo, en realidad es sólo un chaval que trabaja en una tienda de comestibles que hay en el Camino de Ronda. Lo llamo así porque un día había un señor cabreado porque había comprado unos bollos y se habían puesto duros. Era evidente que aquel hombre sólo buscaba bronca. El chaval, con un sosiego asombroso, hizo comprender que los bollos se habían puesto duros porque hacía cinco días que los compró y debería haberlos consumido el mismo día o al siguiente, como mucho. Cuando el hombre amenazó con llamar a la policía, él le ofreció el teléfono. (La sangre no llegó al río). El hombre tranquilo y el musculitos son la misma persona. Me di cuenta el último domingo, cuando ambos llevaban vendado el mismo brazo.

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