domingo, 27 de noviembre de 2016

Hablar por hablar

Me sorprende comprobar que aún echan un programa de radio que me gustaba escuchar mientras dibujaba de madrugada durante los años de la carrera. Por aquel entonces ya tenía un tufillo a antigualla y decadencia: Hablar por hablar. Me mantenía despierta porque me encorajinaba. Gente llamaba para exponer un problema y otra gente llamaba para aconsejar cómo resolverlo. Recuerdo algunas llamadas con nitidez. Un señor aseguraba ver sombras y personas en su casa, en lugar de sugerirle que fuera al médico para que le miraran si tenía un tumor cerebral, le hablaron de fantasmas y de la necesidad de un sacerdote purificara su casa. Una mujer llamó para contar que le había hecho una atadura a su pareja echándole sangre menstrual en el café (¡puag!!!). No recuerdo bien cuáles fueron las respuestas, pero ninguna de ellas llamó asquerosa e insensata a la hablante, tampoco pidieron que denunciaran al vidente majadero que le había vendido ese remedio para no perder a su pareja. 

Creo que la población de Granada somos como una enorme marabunta que nos movemos al unísono. Llega el verano, y la mitad de Granada se puede encontrar en la costa de la provincia; llega año nuevo, y todo dios está en la plaza del Carmen; llega el viernes negro y muy pocos quedaban deambulando por las calles desiertas de la ciudad: nos habíamos ido al recién abierto centro comercial Nevada. Allí encontré el viernes por la tarde a un compañero, oficial de primera en algunas obras que dirigí antes de la crisis y que la necesidad de ganar dinero lo había llevado a probar en el mundo de la droga. Lo pillaron en Portugal a las primeras de cambio y estuvo encerrado varios años. Salió recientemente, tres o cuatro meses. Cuando lo vi por primera vez, parecía un esqueleto cubierto con un disfraz de pellejo; ahora ha recuperado su rostro y hasta su sonrisa. Iba acompañado por su mujer e hija. La hija, preadolescente, requería toda la atención del padre y él se dejaba arrastrar. Caminé un rato a solas con la mujer de mi compañero. Sé que fue un cabrón por lo que nos hizo; un hijo de puta porque para que nosotros tuviéramos dinero iba a mandar a la mierda la salud de mucha gente. Toda mi familia y amigos me aconsejaron que lo dejara y yo comprendía que tenían razón porque un tío decente no hace esas cosas. Antes ponerse a pedir o a buscar chatarra que hacer eso. Pero cuando vino a recoger a la nena, porque le correspondía llevársela los fines de semana alternos, y lo vi tan flaco y empezaron a caérsele las lágrimas en cuanto vio a la niña, mandé a la mierda todos los consejos y ya no lo dejé salir de casa. 

2 comentarios:

  1. Si de insensatez vamos, no mires mucho a las politicas económicas de Venezuela. En referencia al tema en cuestión, siempre aprendí a no juzgar a la gente, pues no vemos lo que ellos, hay cosas que no sabemos sobre ellos. Hace días, un primo de mi dulzura se mudó de sitio, quedándole la vida a 45 minutos: el trabajo, la guardería de la niña, cualquier centro de asistencia médico... La abuela, que vive con mi dulzura lo tildó de loco y demás sinónimos atribuibles, hasta que se enteró que uno de los "azotes" regresó a la casa (azote: delincuente buscado por crimenes graves, cuyas ordenes para su captura son disparar y luego interrogar) así que tuvieron que mudarse. Allí se quedó pensativa.

    Extrapolado a tu caso, pues el tomó una decisión. puede que no fue la correcta, pero si la tomó, fue en base al conjunto de circunstancias que lo rodeaba, y seamos honestos: en momentos caóticos, uno sólo piensa o en sí mismo, o a lo sumo en su familia, mandando al abismo a los demás.

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    1. Mi hermano mayor dice que una persona propensa a hacer cosas malas, sin familia o amigos que la frene, es doblemente peligrosa (en realidad dice que un cabrón suelto es doblemente cabrón).

      A mí me gusta que su mujer haya vuelto con él. Seguro que al tenerla cerca, y a su hija, se frenará si alguien le sugiere conseguir dinero por la vía rápida.

      De momento, ya tiene trabajo de nuevo. aunque lejos de la construcción: repartiendo pan de madrugada.

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