lunes, 9 de mayo de 2016

La mujer a la que no enseñaron a crecer

Desde muy pequeña, me convertí en un fardo. Era como un bulto que mandaban de un lado para otro montada en autobús o tren. Me compraban el billete, me subían en el medio de transporte y después de media hora, dos horas o medio día, alguien me recogía en la estación correspondiente. Siempre presumía de no tener miedo a viajar sola, pero mentía. Me acojonaba quedarme dormida y dejar mi destino a kilómetros de distancia. También mentía cuando presumía ante mis compañeras de la libertad que tenía porque todos en mi familia estaban demasiado ocupados para prestarme atención. Yo, lo que realmente quería, era que me llevaran al colegio cogida de la mano y que alguien se agachara a atarme los cordones de los zapatos. Supongo que estamos destinados a anhelar lo que no tenemos, al menos, hasta determinados límites porque recuerdo a mi compañera Belén y lo asfixiante que resultaba su familia incluso para quien observaba a distancia. Cuando las demás buscábamos caminar enlazadas de la mano del primer novio, ella aún requería la de su madre para salir a la calle. Estaba tan atada a ella, que jamás nos acompañó a excursiones que obligaran a comer fuera y nunca pudimos contar con ella para ir al cine porque eso implicaba alejarse del barrio.

Un incidente extraño me recordó a mi compañera Belén. Hace una semana, en el Mercadona que hay en el Camino de Ronda, cerca de la calle Alhamar, una mujer joven, de unos veintipocos años, en la sección del pan, se puso a llorar como una poseída, como si la estuvieran sometiendo a la más cruel de las torturas. Por supuesto, hubo quien le preguntó qué le pasaba. Su respuesta: Mi padre me ha pegado. Un interrogatorio exhaustivo hizo comprender a quien tuvo curiosidad que el padre de la mujer le había dado un tortazo en la mano por haber olvidado comprar el pan. En ese momento pensé que la mujer era una necia con ganas de llamar la atención; pero inmediatamente me arrepentí. ¿No está esa mujer sometida a violencia de género? ¿No es igualmente dañino que una persona ate a otra a su lado con golpes y daño físico que privándola de las enseñanzas que le proporcionarían libertad? 

4 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Tienes toda la razón. Pero sería un cuento muy triste, digno de Dickens.

      Saludos

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  2. Ante un extremo u otro, opto por la libertad.

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    1. Yo también. Además, mantener a alguien tan atada sólo sirve para que no pueda desarrollarse como persona. Es como si a una persona completamente normal se le impusiera una deficiencia psíquica por el capricho de los padres. Es triste.

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