lunes, 9 de mayo de 2016

El libre albedrío de Lorenzo

El viernes llovió como si el tiempo creyera que era necesario compensar los meses de sequía. Me gustan las noches de lluvia, aunque la desagradable sensación de la tela sintética húmeda pegada a la piel de las piernas me vuelve perezosa y no salgo a correr. Soy muy buena matando el tiempo extra; asesinándolo, más bien, y deshaciéndome del cadáver para que no se sepa qué he hecho con él. El viernes lo pretendía ocupar en limpiar la ventana de la cocina por dentro, pero un caracol se apoderó por completo de mi atención. Estaba en el alféizar de la ventana. Y la ventana está a más de 18 metros del suelo. Así que llegué a la conclusión que el bicho venía de arriba, del tejado. Tal vez su casa estuvo en una mata de jaramagos crecida en el cemento pobre con el que se pega las tejas, y la lluvia lo había incitado a arriesgarse y buscar nuevos horizontes. Durante un cuarto de hora el caracol fue mi mascota. Hasta lo alimenté con hojas de lechuga. Pero al final, antes de que me permitiera trasladarlo a la maceta de hierbabuena de la azotea, decidió seguir su camino. Un bicho tan pequeño, aparentemente tan primitivo, y con un extraño instinto que se puede confundir con libre albedrío. 



Mi caracol. Lo llamé Lorenzo (caracol, col, col, saca tus cuernos al sol; sol=lorenzo)



4 comentarios:

  1. Yo tenía un caracol.
    Se llamaba Ricardo.
    Era muy pacífico.
    Comía lechuga.
    Vivía en una caja de zapatos.
    Tenía agujeros hechos con un lápiz para respirar.
    No se escapaba.
    No manchaba.
    No hacía caca.
    No hacía pis.
    No se movía.
    No sacaba la cabeza.
    No comía.
    No respiraba.
    No existía.
    Era imaginario.
    Era mi amigo.

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    1. Qué bueno. El mío también era muy pacífico. Lástima que decidiera irse tan pronto.

      Al día siguiente pasé por la acera que queda bajo mi ventana y, por fortuna, no vi ninguna concha triturada. Tenía miedo que lo pisaran. Puede que ahora sea feliz viviendo en algún árbol deshojado (hace poco hicieron la poda).

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  2. Que pensarán los caracoles, si es que los caracoles tienen pensamientos.

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    1. No creo que piensen mucho. De pensar, tendrían un instinto de protección más alto. Deberían recordar que los humanos solemos echarlos en la olla y comérnoslos (bueno, yo no tengo esa costumbre, pero es porque me da un poco de asco).

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